Introducción
De
todos los mamíferos, el ser humano es el que nace más
desvalido e inmaduro, nace "sin estar terminado";
esto, en vez de una desventaja, es la razón del enorme
desarrollo que ocurre en todo el proceso de crecimiento: factores
ambientales y educación tienen una influencia decisiva
para su futuro.
A
su vez, en el primer año de vida tienen lugar más
transformaciones que en cualquier otro período de la
vida, a excepción de las que ocurren durante el embarazo.
Los primeros meses de vida son de una extraordinaria importancia
para el futuro del ser humano porque además de ser
una etapa de maduración se adquieren en ella los primeros
aprendizajes y estructuras en las que se basan el resto de
las experiencias vitales.
Desde el punto de vista somático, el niño experimenta
un gran crecimiento. Su motricidad pasa de estar reducida
a algunos grupos musculares y reflejos posturales en el momento
del nacimiento, a controlar toda la musculatura del cuerpo
y ser capaz de desplazarse por sí mismo al final de
este primer año. Este desarrollo motor implica, asimismo,
una adaptación a las condiciones del medio que suponen
un desarrollo considerable de la inteligencia.
En
este primer año el niño no cuenta con un psiquismo
independiente de su cuerpo, por eso el desarrollo se evalúa
en términos de psicomotricidad: desde el punto de vista
externo la motricidad tiene una función adaptativa
y esta capacidad de adaptación muestra, a su vez, el
desarrollo intelectual alcanzado.
En
cuanto a su desarrollo afectivo, el bebé pasa de sentir
unas pocas emociones básicas pero muy intensas de placer
y displacer a experimentar una serie más matizada de
emociones como alegría, tristeza o angustia que suponen
la existencia de un yo primitivo. La persona al cuidado del
bebé, que en nuestra cultura suele ser la madre, es
la intermediaria entre el niño y la realidad, de ahí
que de esta primera relación madre e hijo, dependan
en gran medida las futuras relaciones con las demás
personas y con el entorno.
Reflejos
del recién nacido
El
parto es un momento en el que se pueden presentar complicaciones
que afecten al niño. El nacimiento es una situación
traumática que la mayoría de los niños
superan sin problemas. Debemos comentar, no obstante, la posibilidad
de dificultades respiratorias en el parto en el momento en
el que el niño debe empezar a respirar por sí
mismo y que conviene detectar cuanto antes, por su implicación
en el desarrollo posterior. Es importante, por ello, el diagnóstico
precoz y la intervención temprana para prevenir secuelas.
A
los bebés se les suelen realizar una serie de pruebas
al nacer entre las que se encuentra el test de Apgar que mide
una serie de aspectos del recién nacido además
de los reflejos congénitos. Se valoran:
- ritmo
cardíaco
- esfuerzo
respiratorio
- tono
muscular (mayor o menor rigidez en los músculos)
- coloración
(sonrosada, amoratada...)
- reflejos
congénitos: los niños nacen con unos reflejos
básicos algunos de los cuales se mantienen por su
valor para la supervivencia, como el de succión,
y otros desaparecen algo más tarde:
- reflejo
de succión: se activa cuando algo roza los labios
del bebé (el pezón de la madre, la tetina
del biberón o la propia mano)
- reflejo
de hociqueo: si algo roza su mejilla tiende a llevar
la boca al objeto que produce esa estimulación.
- reflejo
de aferramiento: si un objeto toca la palma de la mano,
el niño la cierra con fuerza, aferrándose
a ese objeto.
- reflejo
de Moro: ante un cambio brusco que sobresalte al niño,
éste reacciona como si se asustara (abre los
brazos y luego los lleva hacia delante como dando un
abrazo)
- andar
automático: si se toma al bebé por las
axilas y toca con las plantas de sus pies el suelo,
el niño realiza los movimientos de andar sin
moverse del sitio.
La
psicomotricidad del bebé.
El crecimiento físico es un proceso que sigue unas
pautas y un calendario madurativo, en el que intervienen los
componentes hereditarios y los factores ambientales, como
alimentación, hábitos de sueño y reposo,
estado de salud...
Cuando
el niño nace pesa de tres a cuatro kilos y su talla
es de unos 51 cm, a los seis meses de edad ha duplicado ya
el peso y al final del primer año ha crecido unos 25
cm.
El cerebro duplica su peso al final del primer año.
La maduración cerebral se puede medir por la frecuencia
del ritmo electroencefalográfico: éste va en
aumento con la edad (a los nueve años el niño
alcanza el ritmo alfa del adulto que es de 9/10 ciclos por
segundo)
El
desarrollo motor es una faceta del crecimiento somático
directamente implicada en el desarrollo psicológico
siendo la psicomotricidad del niño el exponente de
su maduración intelectual. Se habla de psicomotricidad
para referirse a la estrecha relación que existe en
los primeros momentos de la vida entre el desarrollo motor,
las adaptaciones intelectuales y los comportamientos afectivos.
El
desarrollo psicomotor se produce impulsado por la maduración
biológica propia del proceso de crecimiento y por la
estimulación social que el niño recibe. Sin
maduración física no hay progreso pero sin estimulación
externa que favorezca el aprendizaje tampoco es posible dicho
progreso
A
lo largo del primer año de vida del bebé se
pueden observar diferentes etapas, según Gesell.
El niño de un mes:
- adopta
la posición boca arriba con la cabeza vuelta hacia
uno de los lados, con el brazo de ese lado extendido y el
contrario flexionado (posición de esgrimista)
- a
veces tiene reacciones bruscas, enderezando momentáneamente
la cabeza y extendiendo las cuatro extremidades.
- aparece
el reflejo de succión cuando algún objeto
toca su boca.
- suele
permanecer con la vista inmóvil, como absorto.
- puede
seguir un objeto suspendido que se desplace lentamente dentro
de su campo visual en un arco de no más de noventa
grados.
- sus
dos manos suelen encontrarse cerradas, sin ademán
de asir las cosas, salvo que se las toquen: en ese caso
la mano se abre.
El niño de cuatro meses:
- su
cabeza adopta el plano medio con frecuencia
- hace
intentos de acercamiento con brazos, piernas y cabeza hacia
un objeto que
cuelgue delante de él.
- mira
atentamente un sonajero y puede mirar objetos más
pequeños.
- observa
tanto su mano como la del adulto.
El niño de siete meses:
- es
capaz de sentarse sin ayuda
- si
se le da un cubo de madera, lo toma en sus manos y lo pasa
de una a otra.
- puede
seguir una bolita con la vista pero aún no logra
cogerla.
El niño a los diez meses:
- sostiene
su cuerpo en la posición de pie.
- sentado
puede inclinarse a todos los lados, guardando el equilibrio.
- sus
manos son muy hábiles, explorando con el índice
todo lo que encuentra
- muestra
un gran interés en lo que le rodea tocándolo
y siguiéndolo con la mirada.
Al
final del primer año el niño empezará
a caminar, lo que le permite desplazarse autónomamente
de un lugar a otro. Este desarrollo motor supone un avance
de coordinación: el niño empieza a controlar
los diversos músculos del cuerpo que anteriormente
funcionaban desorganizadamente.
Asimismo, la conducta motriz es un modo de adaptarse al mundo
exterior, lo que indica un principio de inteligencia, y una
forma de relación, que es lo que llamamos afectividad:
motricidad, inteligencia y afectividad están muy unidas.
En estos doce meses el niño, que sólo contaba
al nacer con una serie de reflejos congénitos, consigue
aprender a relacionarse con su entorno con un comportamiento
más personal y adaptado.
El nacimiento de la inteligencia
Todo ese esfuerzo de adaptación consistente en asimilar
lo externo, aprender y acomodarse a partir de lo aprendido,
es inteligencia. Durante el primer mes el bebé sólo
tiene sus reflejos congénitos como forma heredada de
adaptación. Al ejercitar dichos reflejos el niño
va desarrollando otros movimientos con los cuales practica,
juega y aprende y puede utilizarlos en otras situaciones;
por ejemplo, a partir del reflejo de succión, aprende
a sacar la lengua, mover los labios y chuparse los dedos,
así empieza el reconocimiento de su propio cuerpo.
Otra forma de observar el desarrollo de la inteligencia del
niño es viendo los progresos que realiza en la imitación
y el juego: con la imitación se acomoda a un objeto
externo mientras que cuando juega está asimilando,
interiorizando, formas de comportamiento.
El niño "imita", por ejemplo, los movimientos
de las manos y encuentra placer, "juega", repitiendo
dichos movimientos.
Por otra parte la imitación y el juego están
íntimamente relacionados con la afectividad; el niño
que imita se identifica con otro, repite en su cuerpo aquello
que el otro hace y la persona más cercana en esta época
es la madre, cuya imagen el niño va interiorizando
en esta relación preferente.
Las emociones del lactante
El bebé parte de unas emociones básicas de placer
y displacer, intensas y primitivas que evolucionan hasta convertirse
en otras mucho más sociales como son la alegría
y la tristeza.
En los primeros meses el niño, al que se ha satisfecho
en sus necesidades biológicas, se sumerge en un estado
de adormecimiento placentero similar al de la vida en el útero.
El hambre, el frío o cualquier otra sensación
que lo saquen de ese estado, le provocan displacer y llanto
del que lo saca su madre al atender su malestar calmándolo.
En el momento del nacimiento, el niño está sumido
en un narcisismo primario del que va saliendo al reconocer
a las personas que lo rodean como las que satisfacen o frustran
sus necesidades. Poco a poco el bebé se alegra con
la presencia de la madre a la que asocia con la satisfacción
de sus impulsos y necesidades y se entristece si no la ve.
Esta evolución de las emociones sigue una línea
de desarrollo que comienza con el reconocimiento de la cara
humana. Cuando el niño nace está como sumergido
en su propio mundo pero a las tres semanas comienza a seguir
con la mirada la cara humana: es el estímulo que más
aparece y está relacionado con la satisfacción
de sus necesidades.
Alrededor de los tres meses ya distingue el rostro de entre
los demás estímulos del medio y le sonríe.
Si se le presenta otro objeto puede que haga algún
movimiento de acercamiento, pero no le sonreirá. El
bebé sonríe a cualquier cara que aparezca en
su campo de visión, de frente no de perfil, y no sólo
a la de la madre. El niño ha aislado un conjunto de
rasgos en un todo o forma y reacciona a esa totalidad; la
cara se ha convertido en una señal.
Hacia los ocho meses el reconocimiento de la cara se ha profundizado
hasta el punto de que el niño empieza a sonreír
sólo a la madre, a la que distingue del resto de las
personas que se acercan a él. Ante un desconocido el
niño aparta la mirada o lo más probable es que
empiece a llorar: este comportamiento significa un progreso
en el desarrollo e implica que el niño reconoce a una
persona, su madre, distinguiéndola de las demás.
De estas reacciones se deduce la importancia de las primeras
relaciones que configuran el patrón de las que el niño
va a establecer a lo largo de su vida. La relación
con la madre no es todavía una relación verbal
sino de gestos y señales: de ellos depende la sintonía
que se establece entre ambos en esta etapa a la hora de satisfacer
las necesidades del bebé.
El bebé social
Los
avances que el bebé realiza en motricidad, inteligencia
y afectividad se observan en el comportamiento "social"
de esta primera etapa. El niño se convierte en un ser
social gracias a la interacción con las personas a
su cuidado, de las que depende para sobrevivir y de las que
aprende las primeras pautas de comportamiento: adquiere conocimientos,
aprende a relacionarse con las personas de su entorno y a
comportarse de un modo considerado aceptable.
Entre estos aprendizajes, el del lenguaje reviste especial
importancia: en él confluyen factores biológicos,
psíquicos y sociales. El lenguaje, además de
necesitar una maduración del sistema nervioso y de
la psicomotricidad, es el resultado de la integración
social y se aprende en la relación y comunicación
con los demás.
El
lenguaje parte de una serie de reflejos y ejercicios fonéticos
que darán lugar a la aparición de las primeras
palabras al final del primer año. La fonación
y la audición funcionan coordinadas para conseguir
articular primero balbuceos y más tarde palabras con
significado.
En el aprendizaje del lenguaje interviene la imitación:
el niño empieza por imitar sonidos a los que luego
dará un significado. En su balbuceo el niño
establece un diálogo con la madre debido más
a la entonación que al significado objetivo: a partir
de ese diálogo aparecerán las palabras con significado
en la lengua materna.
Algunos de estos avances en la "socialización"
del niño se pueden observar de un modo esquemático
en la siguiente relación que propone Gesell:
Al mes:
- Le
gusta que le cojan y lo mezan; si está llorando,
se calla cuando lo balancean.
- Fija
la vista por momentos en el rostro que se le acerca, incluso
se le ilumina la expresión.
- Presta
gran atención a los ruidos; si se hace sonar una
campanilla, para de moverse en una especie de "contemplación"
del sonido.
- Produce
algunos ruiditos con la garganta como preparación
para el balbuceo.
A los cuatro meses:
- Reconoce
la cara humana y le sonríe.
- Consigue
mantener erguida la cabeza lo que supone no sólo
una nueva orientación física sino una "nueva
orientación social".
- Le
gusta que lo cambien de la posición supina a la sedente
en la que tiene una visión más completa de
lo que le rodea.
- A
esta edad el bebé "barbulla, cloquea, runrunea,
hace gorgoritos y ríe".
- Al
oír un sonido, lo atiende, sobre todo si es una voz
humana.
A los siete meses:
- Se
retrae del medio, entretenido en sus propios movimientos,
ejercicios y juegos.
- Dedica
gran parte de su atención a jugar con sus objetos.
- Reconoce
la presencia de extraños a los que tolera si no le
molestan.
- "Chilla
y cacarea" sintonizando sobre todo con algunas personas
específicas del entorno.
A los diez meses:
- Le
gusta estar con gente y llora si se queda sólo, pero
le asustan los extraños.
- Sigue
ensimismándose en sus juegos pero atiende más
a lo que le rodea.
- Parece
reconocer su imagen en el espejo y le sonríe.
- Aunque
no entiende las palabras, sí entiende el "NO"
- Imita
los sonidos y gestos de las personas y hace algunas "gracias
al auditorio"

Al
año, el niño tiene ya ciertos rasgos sociales:
le gusta estar con los demás y va adquiriendo pautas
de comportamiento que integrará en su propia personalidad;
estas pautas son las de la familia y, por lo mismo, las del
grupo social. En el futuro se comportará como ha aprendido
a hacerlo con su familia. Adquirir una identidad en su grupo
familiar, ser considerado como alguien con sus propias peculiaridades,
le facilitará la integración en grupos cada
vez más amplios a los que deberá adaptarse para
seguir evolucionando positivamente.
Bibliografía
"El
niño de uno a cuatro años" de A. Gesell,
(Edit. Paidos)
"El primer año de vida del niño" de
R. A. Spitz, (Edit. Aguilar)
"El nacimiento de la inteligencia en el niño"
de J. Piaget, (Edit. Aguilar)
"Psicología del niño" de J. Piaget
y B. Inhelder, (Edit. Morata)
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