Hay
niños que han experimentado alguna vez sentimientos
de incapacidad para hacer alguna cosa, temor, vergüenza
y hasta ridículo. Estos sentimientos de inferioridad
respecto a otros compañeros o hermanos incluso a sus
padres puede llevar al niño a la automarginación,
hecho que para los padres es difícil de asimilar ya
que ellos le consideran “sano y querido”
También los mayores nos hemos
sentido poco agraciados, feos o desafortunados en ocasiones.
Cada ser humano estructura su realidad de acuerdo con unos
ideales particulares construidos según los modelos
que adquirió en su infancia. Si los modelos tienen
niveles inalcanzables, al ponerlos en práctica siempre
habrá algún fallo con lo cual el fracaso es
una garantía.
Este mismo esquema de comportamiento
se repite en nuestros hijos. Los padres son su modelo y también
transmisores de nuestras ocultas aspiraciones. Nuestro papel
de padres, aunque haya habido importantes cambios culturales
a lo largo de los tiempos, sigue siendo amar, cuidar y ayudar
a crecer a los hijos sanos y felices. Asimismo deben ofrecerles
elementos para que adquieran seguridad en sí mismos.
La primera norma para conseguir que
sean seguros es: “descubrir su encanto personal”,
es decir, cuáles son sus cualidades particulares. Es
importante que los padres piensen cuáles son los puntos
fuertes de nuestros hijos y sepan ver en ellos las cosas divertidas,
cariñosas, amables o creativas que hacen. Conseguirán
con esto tener una visión de ellos menos negativa y
más equilibrada de lo que a menudo suelen hacer.
Hoy en día se valora a las
personas de acuerdo a unos parámetros cada vez más
comunes: test de personalidad, cociente de inteligencia, etc.
Hablamos de niño extrovertido, hiperactivo, guapo...
Todo parece estar regulado, pretendemos “encasillar”
a los niños para adaptarlos al mundo que nos rodea.
Pero hay una trampa: todo lo que no encaja en el modelo es
motivo de rechazo o cuando menos de preocupación. Si
un niño fracasa, es enclenque o inadaptado, o tal vez,
diferente, los padres pueden “no estar orgullosos”
de él, pueden “avergonzarse” de él
o lo que es peor condenarlo a ser el “tonto” o
el “inútil”.
Debemos
ofrecer a los hijos un amplio margen de criterios y valoraciones
y escapar a categorías rígidas. Tanto para los
padres como para los chicos es positivo “no ser perfecto”
y descubrir y respetar los pequeños defectos.
Muchos padres no se dan cuenta del
papel que juegan en la autoestima de sus
hijos y envían (de modo inconsciente) el mensaje de
que para poder amarles deben ser como ellos quieren. Si el
comportamiento de los hijos constituye un problema para los
padres o éstos consideran que deben reforzar la autoestima
de los hijos, procurarán ofrecerles un mensaje positivo
tanto verbal como no verbal, es decir también ayudándose
de gestos, caricias, miradas de apoyo y aprobación,
etc. Como nos aconseja Carolyn Meeks en su libro “Recetas
para educar”: «irradie pensamientos positivos
hacia su hijo. La incentivación positiva puede manifestarse
en cosas como una sonrisa, pensar en las virtudes del niño,
decirle de vez en cuando “has hecho un buen trabajo”,
etc.»
Cualquier pequeño “defecto”
no tiene por qué ser dramático para el niño
si somos capaces de destacar otros atractivos: una mirada
dulce, un carácter divertido, un pelo suave... Aunque
tenga unos rasgos poco agraciados, o sea delgado o lleve gafas,
para los padres será bello por el amor que les profesan.
Los sentimientos
de inferioridad no se resuelven desatendiéndolos pero
tampoco malcriando o sobreprotegiendo al niño. No habrá
ningún niño que logre contentar a todo el mundo.
Tampoco todos los muchachos pueden ser Ronaldo, Bisbal...
Algunos chavales no son hábiles con los deportes y
sufren cuando tienen que salir al campo. Sabemos que la psicomotricidad
madura poco a poco pero puede verse inhibida por sentimientos
de desvalorización.
También conocemos todos los casos
de torpeza en el hogar: el chico que siempre tropieza, al
que se le cae el zumo, o no aprende a atase los zapatos...
A la larga se quejará: “soy tonto”, “¡nada
me sale bien!”. Ante hechos así nos podemos hacer
algunas preguntas del siguiente tipo: ¿qué espera
el niño de sí mismo?, ¿qué esperan
sus padres?, ¿cuánto pueden pedirle?, ¿cuánto
les puede dar?, etc.
Llegados a este punto conviene bajar
el listón. Es importante para todos que toleremos
sus torpezas porque así será más fácil
corregirlas. Algún comentario bueno en estos casos
puede ser: “a mí también se me caían
las cosas” o “yo tampoco era muy hábil
con el balón”, etc. También podemos ayudar
al niño repitiéndole que nadie nace sabiéndolo
todo y por ello no debe preocuparse; con el tiempo logrará
hacerlo mejor.
Ante
situaciones como las descritas ¿cuál
será la labor de los padres? Cuando sepamos
cuáles son sus puntos débiles, debemos ayudarle
a desarrollar sus otras capacidades.
Si no tiene como punto fuerte la destreza física, potenciemos
su afición a la música o al dibujo o a cualquier
otra actividad. Y no olvidemos que el deporte o el juego son
actividades que no hay que someter a un juicio de valor.
Debemos tratar también el caso
del niño tímido pues existen
con frecuencia niños “demasiado” buenos,
tranquilos. Creen que la pasividad es una virtud y están
dispuestos a “tragar” lo que les echen. Cuando
los niños no saben enfrentarse con los demás
niños puede acabar siendo objeto de burlas, crueldades
o desprecio por parte de los demás. Este muchacho libra
una continua lucha consigo mismo debido a un fuerte sentimiento
de ambivalencia: entre el amor y el odio. En su interior existe
un volcán: se imagina que es un superhombre y consigue
vengarse de las injusticias.
En otro punto también encontramos
algunos niños que albergan un gran narcisismo
debajo de su timidez. Suele ser un sentimiento alimentado
por los padres creyéndolo el centro del universo. Esto
les lleva a menospreciar al resto de las personas y crea un
muro difícil de superar. ¿Qué hacen en
este caso? ¿Cómo pueden ayudarle? Como posible
solución o actuación a seguir, es conveniente
hablar con él de su dificultad y de su aislamiento.
Deben favorecer el contacto con sus compañeros o la
visita de algún amiguito. Es bueno crear un ambiente
de libertad y que pueda tomar iniciativas apoyado por el diálogo
y la confianza.
Asimismo
conviene enseñarle a protegerse y defenderse jugando
con él a atacarlo para que desarrolle estrategias de
defensa; según nos recuerda el dicho “no es bueno
que el hombre esté solo” Tampoco el niño
merece esto.
Hay que darle un sentido a la propia
vida y disfrutar de la dicha de amar a otro y compartir. Anímele
a mantener relaciones sociales de forma saludable. Tan importantes
como los buenos resultados en la escuela, son las necesidades
sociales del niño. Existen diversos ámbitos
donde se pueden potenciar estas relaciones tan necesarias:
la familia (hermanos, parientes), el entorno de los demás
niños, los animales domésticos, los adultos
y mayores (excluidos los padres). También podemos citar
las actividades extraescolares, deportes, campamentos de verano,
cumpleaños, catequesis, etc., que nos ofrecen oportunidades
para formar amistades.
Para los adolescentes
el tiempo de ocio es tan importante como el que pasan en la
escuela. Lo más importante es recordar que su hijo
tiene que disponer de tiempo y oportunidades para desarrollar
relaciones personales cercanas.
Y por último consideremos
que una de las mayores sensaciones de logro
las tienen los niños cuando han conseguido hacer algo
por ellos mismos. Es bueno que su hijo sepa que es normal
fracasar, que el fracaso es una herramienta
de aprendizaje y que las relaciones temporales forman parte
del juego. Háblenle de las veces que ustedes lo intentaron
y fracasaron. No hagan las cosas por él. Acompáñenle
en el proceso de descubrimiento y anímenle a realizarlas
por su cuenta.
Bibliografía
JOAN
CORBELLA ROIG: “Padres e hijos. Una relación”.
Círculo de Lectores. Barcelona, 1994
CAROLYN MEEKS: “Recetas para educar”. Ed. MÉDICI.
Barcelona.
NORA FERNÁNDEZ: “Guía del niño”.
Ediciones AINSA. Madrid. |