Resulta demasiado
obvio decir que nuestros hijos crecen y que van cambiando
conforme van pasando los años. Es lo natural que cuando
llega el momento, esos pequeños que con su llegada
a nuestro hogar lo revolucionaron todo, iluminando cada rincón
de la casa, vayan cambiando su aspecto físico. De pronto,
unos de manera más precipitada (casi como de un día
para otro...), otros con más calma (como si les costara
dar el paso...) dan el estirón. A ellas les viene la
regla, se les van redondeando las formas, les crecen los pechos,
pasan más tiempo encerradas en el cuarto de baño,
absortas en frente del espejo, como intentando reconocerse
en esa imagen que les devuelve, distinta, sin más.
A ellos les cambia la voz, les sale barba y miran desconcertados
como les crece todo. Y, los más, tienen
que soportar esos granitos que aparecen en la cara y que les
convierte, ante la mirada curiosa del resto del mundo, en
lo que son: adolescentes.
Y, nosotros, sus padres y sus madres, nos
convertimos en sufridores. En ocasiones, llevamos tiempo esperando
este momento, leyendo libros o escuchando las experiencias
de otros padres o poniendo la atención en lo que dicen
los gurús en el tema. Aún así, la llegada
de la adolescencia de nuestros hijos nos pilla de sorpresa
y con la sensación de que no sabemos cómo acercarnos
a ellos, nos sentimos tan vulnerables, tan ignorantes... Y
eso que ya llevamos doce, trece o muchos más años
siendo y ejerciendo de padres y madres (y no lo hemos hecho
tan mal).
Para empeorar las cosas, comienzan a venir
los notas del colegio llenas de no promociona.
No nos lo podemos explicar, ¡si
antes mi hijo era un buen estudiante!.
Son
muchos los padres y las madres que subscribirían estas
palabras.
No podemos negar que los años
de la adolescencia son particularmente duros y difíciles,
pero sobre todo para los propios adolescentes. Aunque esto
último, a veces, se nos acaba olvidando intentando
comprender sus cambios, los porqué de sus comportamientos
tan raros, tan diferentes de otros tiempos y que
nos lleva a cometer un primer error: poner en cuestión
nuestro buen hacer y saber de padres. No podemos caer en la
tentación de trasladar el problema de ellos a nosotros,
culpabilizándonos o responsabilizándonos de
los resultados académicos. Mucho menos adecuado será
intentar ignorar el asunto, echar la culpa a los prof esores
o al nuevo grupo de amigos del instituto.
También
es cierto que no existe la adolescencia sino que existen los
y las adolescentes y que, por tanto, no valen las mismas recetas
para todos. Esto nos puede llevar a pensar que no en todos
ni todo en ellos va a ser conflicto, tensión o provocación.
Y que la mayoría dispone de los recursos necesarios
para atravesar esta nueva etapa de su vida sin grandes traumas
o angustias.
Estos
chicos y chicas están iniciando un largo camino en
el que son muchos los aprendizajes
que tendrán que ir adquiriendo hasta llegar a ser adultos.
No sólo cambian físicamente, como nos transmitía
el testimonio de la madre que transcribíamos al comienzo.
Eso sólo es parte de un proceso que va a ser multidimensional:
desarrollo moral, cambios en su imagen corporal, nuevas perspectivas
en sus relaciones, paso de un pensamiento concreto a un pensamiento
formal, abstracto, lograr un rol masculino o femenino, conseguir
la independencia emocional, responder a las exigencias externas
y a las internas...
Focalizaremos
nuestra atención en dos aspectos que nos pueden dar
claves para entender mejor a esos chicos que, siendo buenos
estudiantes, comienzan a traer los tan temidos no promociona
en sus notas.
Formación de su identidad
Cabe
diferenciar dos fases en este proceso de autoconstrucción
de su persona. En un primer momento, comienzan a darse reacciones
de carácter negativista, de rechazo de casi todo lo
que hasta ese momento adoraban (entre ese todo también
están los padres). Algunos autores lo llaman el periodo
de la crítica anárquica.
Después
vendrán los intentos de reconstrucción, de reorganizar
con peculiar estilo su manera de interpretar el mundo y de
dar sentido a la vida. En ese proceso volverá a retomar
muchos de los elementos que desestimó y otros muchos
nuevos que vaya experimentando en función de su itinerario
existencial (y ahí volverán a estar los padres,
aunque de modo diferente a como estuvieron durante la infancia,
to do
depende de lo presentes o ausentes que hayan estado en esa
fase de la vida de los adolescentes).
En
esa primera fase, no resulta difícil entender que cuestione
esos valores que le hemos ido transmitiendo durante los años
de convivencia con nosotros. Entre esos valores pueden estar
el buen hacer en el colegio para ser algo el día
de mañana, la necesidad de ser el mejor para
ser competitivo en el futuro y ganar dinero, el poder llegar
a ser lo que yo no pude ser... (cada cual verá
dónde está).
Desarrollo cognitivo
Si
el resto de los cambios son importantes, éste es especialmente
relevante. Muchos teóricos de la psicología
y la pedagogía le han dedicado abundantes trabajos.
Este momento de la vida de nuestros hijos les permite pasar
de un tipo de pensamiento ligado a lo tangible y a lo concreto,
a un modo de pensar en el que ya pueden hacer hipótesis,
abstracciones, reflexionar sobre sus propias ideas, criticar
las de los demás, tomar decisiones anticipando las
consecuencias, adquirir nuevos valores... y, por tanto, distanciarse
de la realidad para crear su propia realidad de un modo, a
veces, muy radical. Se pone en evidencia un egocentrismo,
diferente del que tenían cuando eran pequeños,
que les lleva a crear sus fábulas o historias personales
en las que se convencen de que lo que les pasa sólo
les ocurre a ellos y que el resto del mundo les observa tanto
como ellos se miran a sí mismos (el auditorio imaginario).
Al
final, nos encontramos ante chicos y chicas que están
tan ensimismados en esta tarea de hacerse adultos y tan sorprendidos
por lo que les pasa, que no es de extrañar que sus
intereses estén alejados de los contenidos del currículo
de la ESO, por muy bien presentados y pensados que estén.
Dicho
esto, ¿qué hacer cuando llegan los no
promociona?, ¿cómo lograr que sean algo
anecdótico y que no se convierta en algo crónico?
Algunas pautas:
La actitud de los padres debe ser serena y tranquila.
No
podemos permitirnos dejarnos llevar por el enfado (aunque
nos disguste lo que ocurre) o por el dramatismo (no es el
fin del mundo).
Dialoguemos con nuestro hijo y escuchémosle (a veces,
tras el bajo rendimiento hay preocupaciones que una conversación
relajada puede resolver).
Prestemos atención por si hay otras señales
de alarma (en ocasiones, las malas notas van unidas a llega
tarde, creo que últimamente me falta dinero,
falta a clase...). Con lo cual, el problema ya
no son las notas.
Estemos en contacto con los profesores y escuchemos los datos
que éstos nos ofrezcan (no hay que olvidar que son
profesionales de la educación y que pasan mucho tiempo
con sus alumnos).
Transmitámosle con firmeza y con confianza que el estudio
forma parte de sus responsabilidades y que ninguno de sus
argumentos -quizá muchos y buenos- pueden anteponerse
a esta tarea. No nos dejemos enredar en su dialéctica.
Ayudémosle a organizar sus tiempos de estudio y respetemos
sus tiempos de ocio y descanso.
Siempre es más rentable proponerle actividades de refuerzo
que de castigo. Y si hay algo que le motive con intensidad
como un deporte o una afición (aunque no nos guste
en exceso), no lo utilicemos como sanción. No resultará
y hará que nos confirme como sus enemigos.
Critiquemos sus comportamientos ante el estudio, pero no su
persona (es fácil entrar en desvalorizaciones como
es que eres un vago o si no lo haces es
porque no quieres).
Cuando hablemos con nuestro hijo, centremos el tema en el
estudio. No mezclemos contextos (y además de
no estudiar, ¿por qué no has hecho tu cama ni
has ordenado tu habitación?). Ya habrá otro
momento.
En clave de diálogo y no de amenaza, advirtámosle
que sus comportamientos tienen unas consecuencias (si
no estudias por la tarde durante el tiempo pactado, no v erás
la televisión esta noche).
Seamos coherentes y firmes durante todo el proceso, que en
ocasiones, será largo. No podemos decir hoy algo y
mañana negarlo porque no nos viene bien a nosotros
(esta vez te levanto el castigo..., porque mantenerlo
significa quedarnos con él en casa supervisando sus
tareas).
Démosle tiempo para el cambio, nada se resuelve de
un día para otro.
Cuando
nuestros hijos llegan a la adolescencia, no podemos seguir
tratándoles como a niños. Los adolescentes opinan,
piensan y deciden. Pasemos de imponer a negociar, escuchar
y compartir, pero sin renunciar a lo que creemos adecuado
para ellos.
|