Los
programas que suele ofrecer la televisión en sí
mismos no forman; pero sí ofrecen un estupendo material
a partir del cual podemos enseñar qué modelos
de conducta son acertados y por qué, cuáles
son equivocados, qué actitudes se presentan como buenas
pero no lo son pues sólo se oye el dictado del corazón
sin atender al sentido común, qué valores humanos
encarnados por los protagonistas no son los verdaderos valores...
Enseñar
a través de programas televisivos o películas
concretas implica la necesidad de provocar conversaciones
con los chicos para que piensen, reflexionen, distingan la
ficción de la realidad, lo que nos ofrecen como verdadero
de la verdad.
Lo
primero es SELECCIONAR
La
gran oferta de programación de la que ahora disponemos
hace más necesario la labor de selección. Seleccionar,
como parte de la labor inteligente de quien no está
dispuesto a tomar lo primero que le ofrecen.
Al
ver con ellos un programa o una película no nos podemos
limitar a clasificarlo de bueno o malo, correcto o incorrecto...
algo así como ponerles nota. Tenemos que explicarles
los porqués, y cómo nos gustaría que
fuesen; pensar y hablar sobre ello. Así desarrollamos
y afirmamos nuestro criterio, y ellos reflejan su mentalidad
y su modo de ser en sus preferencias y opiniones.
Lo
segundo: ENSEÑAR A MIRAR
La
calidad técnica de un programa o película favorece
la comunicación de las ideas.
Por
eso se hace necesario conocer el lenguaje audiovisual. Lo
que ofrecemos como bueno, en esa labor de selección,
será aceptado como tal si el soporte es bueno: no basta
con que el contenido lo sea.
Los
padres que educan en libertad ayudan a cada hijo a reflexionar
sobre las exigencias del donde la libertad, a entender que
sólo tiene una vida coherente quien actúa con
referencia a la verdad, aunque a veces no apetezca. No se
trata de suplantar su voluntad señalándole en
cada momento lo que debe hacer, sino de colocarle frente a
su responsabilidad y de ayudarle a tomar sus propias decisiones.
A
través de un diálogo confiado, podemos ayudarles
a:
Valorarse por lo que son y no por lo que tienen.
Pensar si realmente necesitan las cosas.
Valorar la calidad y el precio, más que la imagen
de la marca
Comprender las razones que aconsejan actuar de un modo u
otro: si se debe comprar o no, si es preferible esperar,
o ahorrar para adquirir algo mejor.
Ponderar las cosas, sin dejarse arrastrar por estados emocionales
o por el afán de tener lo que todos tienen, y a no
juzgar con precipitación.
Enseñarles cómo se compra, haciéndose
acompañar por los hijos al ir de compras.
Enseñarles a no aceptar acríticamente lo que
presentan los medios de comunicación y la publicidad,
de modo que aprendan a valorar críticamente el anuncio
y examinar por sí mismo el producto, ponderar si
tiene un precio proporcionado y si compensa el uso que se
le dará.
Enseñarles a entender el sentido de la templanza,
fomentando la responsabilidad de sentirse administradores
y no dueños despóticos de las cosas.
Hay
que exigir ofreciendo siempre razones, de un modo amable,
aunque no las pidan.
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