Rasgos
evolutivos generales de la etapa
El
niño pasa, en estos años, por dos etapas, la
de la expansión de su subjetividad y la de la exploración
de la realidad externa, que coinciden, en general, con la
edad del jardín de infancia y los años preescolares.
Del egocentrismo propio del primer año el niño
evoluciona para ir integrándose poco a poco en el mundo
que le rodea.
En
este desarrollo, la maduración psicomotriz es decisiva.
Cuando el niño cumple el año, empieza a andar:
el "gateador" de la última parte del primer
año se convierte en "correteador"; desde
esa nueva posición, el niño observa el mundo
con una nueva perspectiva, amplía su horizonte y puede
acercarse y manipular lo que le rodea a su antojo.
La inteligencia del niño se transforma, pudiendo representarse
las cosas sin estar éstas presentes y utilizar el lenguaje
para ordenar tanto su mundo interno (primeras expresiones
de sus emociones) como el externo (comienza a nombrar las
cosas).
Afectivamente el desarrollo en esta época es muy grande
pues el niño aprende a controlar impulsos y deseos
en una especie de "negociación" en la que
él se adapta a las normas familiares a cambio de amor
y valoración.
Una vez que han quedado definidos y más o menos aceptados
los límites que desde la familia (y la sociedad) se
le imponen, el niño entra en la edad de la latencia,
alrededor de los cinco años, a partir de la cual se
produce un fuerte desarrollo intelectual y un acercamiento
progresivo a los demás niños, avances que se
ven favorecidos si el aprendizaje del control de los impulsos
ha sido resuelto sin demasiado conflicto emocional.
Psicomotricidad
La
motricidad y el psiquismo van unidos sobre todo en estos primeros
años aunque en los próximos, incluso las mismas
tareas escolares se pueden considerar ejercicios de psicomotricidad.
Alrededor
del año de edad el niño comienza a andar, de
un modo vacilante, balanceándose, separando los pies
e inclinando el cuerpo hacia delante para mantener el equilibrio,
y poco a poco va reorganizando y consiguiendo el control de
la musculatura desde la gruesa a la más fina.
Importancia
especial tiene la constitución de la imagen corporal
que es la representación mental que el niño
se hace de sí mismo. Esta imagen corporal no coincide
con el esquema corporal en la medida en que en la imagen interviene
otros factores, fundamentalmente afectivos, que la hacen subjetiva:
es una imagen que no coincide con la corporalidad objetiva
sino que está determinada por la valoración
e importancia que él y los que le rodean dan a cada
parte de su cuerpo: esta imagen influirá, en el futuro,
en el concepto de sí mismo, y en la autoestima.
Según Gesell el niño,
A
los dos años:
puede bajar y subir escaleras sin ayuda pero usando los dos
pies en cada escalón
es capaz de acercarse a una pelota y darle un puntapié
le gustan los juegos bruscos y los revolcones
puede dar la vuelta a las hojas de un libro de una en una
construye torres de seis cubos y ensarta cuentas con una aguja
si es necesario puede permanecer sentado algunos ratos
A
los tres años:
construye torres de nueve o diez cubos
puede modular su forma de correr y hacer variaciones de velocidad
sube las escaleras sin ayuda alternando los pies
puede pedalear en un triciclo
A
los cuatro años:
sabe brincar a la "pata coja"
mantiene el equilibrio en un solo pie durante varios segundos
al lanzar una pelota, echa el brazo hacia atrás y la
tira con fuerza
puede abotonarse la ropa y hacerse la lazada en los zapatos
A
los cinco años:
brinca con soltura y salta
llega a conservar el equilibrio sobre las puntas de los pies
varios segundos
está capacitado para realizar ejercicios físicos
y danza
usa el cepillo de dientes y el peine
puede dibujar la figura de una persona
Inteligencia,
imitación y juego: la evolución de la conducta
adaptativa
En
el primer año de vida la adaptación al medio
se realizaba por medio de la inteligencia senso-motriz: a
los estímulos del entorno se correspondía una
respuesta motora lo más adecuada posible. A partir
del segundo año la inteligencia se convierte en representativa
al interiorizarse los aprendizajes en forma de imágenes
mentales de una complejidad simbólica creciente.
La
inteligencia representativa es de tipo intuitivo desde los
cuatro a los siete años. De este carácter intuitivo
da idea el siguiente experimento: se le presentan al niño
dos vasos iguales que él llena con la misma cantidad
de bolitas; si después se echa el contenido de uno
de ellos en un vaso más alto y delgado dirá
que hay más bolitas dado que la altura de las mismas
en dicho vaso es mayor.
Otro
ejemplo que muestra la representación subjetiva del
mundo es el siguiente: el niño ante un reloj de arena
cree que ésta cae más rápido cuanto más
rápido realiza él la actividad que le encomendamos.
Este
tipo de inteligencia, en la que ya aparecen las imágenes
mentales pero de estilo aún intuitivo o subjetivo nos
muestra al niño con una idea animista o mágica
del universo, con su acción o pensamiento el niño
cree influir en la realidad externa, confunde la causalidad
física con la motivación psicológica:
por ejemplo, el sol sale porque el se despierta y necesita
que sea de día
La
inteligencia es un proceso de adaptación al medio,
de complejidad creciente, en el que interaccionan asimilación
y acomodación: la imitación es un ejemplo del
proceso de acomodación, siendo el juego representante
de la asimilación.
La
imitación y el juego son dos actividades del niño
en las que confluyen aspectos intelectuales y emocionales
y que muestran ese carácter subjetivo que tiene la
inteligencia del niño en esta etapa así como
la utilización de imágenes mentales.
El niño comienza a representar una acción o
un objeto sin tenerlo físicamente presente y se produce
una interiorización de los gestos y acciones que ha
aprendido en la etapa anterior. El juego y la imitación
se unen en este aprendizaje: así el niño que
ha visto un coche en movimiento puede imitar con su mano dicho
movimiento en su juego sin que el vehículo esté
presente.
La
imitación en esta etapa de la inteligencia representativa
es simbólica: el niño interioriza un objeto
real en forma de imagen, que no es fotográfica sino
que está cargada de significación y de subjetividad;
toma del objeto que imita aquello que le impresiona y tiene
para él un valor simbólico; por ejemplo, el
lobo feroz de los cuentos es, sobre todo, una gran boca.
También
la imitación es una forma de identificación
con el comportamiento de personas significativas para él,
es una forma de querer ser como esa persona. Es una edad en
la que se suele imitar el comportamiento del padre o de la
madre según el sexo del niño.
Por
otra parte, el juego es, en esta etapa, esencialmente asimilación
simbólica, aunque también es imitación
pues todavía no es capaz de la suficiente imaginación
o inventiva: así el niño juega a ser un perro
imitando alguna característica del mismo que le impresiona.
Además
del aspecto puramente intelectual del juego hay que considerar
el componente de elaboración de situaciones emocionales
que hay en los juegos de los niños a esta edad, juegos
no reglados en donde, además de aprender pautas y conductas
socializadoras, el niño "digiere" una realidad
que le afecta y a veces le angustia.
Lenguaje
y socialización
El
lenguaje es indisociable del medio familiar del niño.
En los primeros meses de vida, la entonación de las
palabras de la madre les daba significado; ahora una palabra
es toda una acción: "guau" tal vez significa
"ese perro que me asusta con sus ladridos", es decir,
el niño emplea la palabra-frase con la que se expresa
no un objeto concreto sino una situación determinada.
Más
tarde, alrededor de los tres años, el niño comienza
una época de interrogaciones continuas, haciendo preguntas
de las que conoce la respuesta; más adelante, a los
cuatro años insistirá en los "por qué"
y los "cómo", y más que la explicación
le interesa ver si la respuesta se ajusta a sus propios sentimientos;
no hay que olvidar que es una edad egocéntrica en la
que el niño se acerca a los objetos en función
de la adecuación de éstos a sus deseos y necesidades.
Pero
el lenguaje es tanto expresión de las tendencias individuales
como de las influencias exteriores. La conversación
que se inicia de modo rudimentario entre madre e hijo tiene
también una dimensión social. El niño
que oye el "no, no", aprende a posponer la satisfacción
inmediata de un impulso a cambio del beneficio del cariño
y la aprobación de su madre. Por medio del lenguaje
se le transmiten las pautas propias de la cultura en que ese
núcleo familiar está inmerso.
El
niño desarrolla su personalidad primero en la familia
y luego en la sociedad. Los primeros años son de primacía
familiar en su vida, pero luego, con su incorporación
a la escuela, aparece la necesidad de aprender a convivir
con los otros niños.
Su
primera experiencia escolar es casi una continuación
de su mundo familiar: la maestra es una madre y los compañeros
ocupan el lugar de los hermanos; los conflictos que surgen
en la escuela son semejantes a los que vive en su casa; por
eso, la adaptación a ese nuevo medio estará
influida, en gran medida, por el tipo de vivencias que tenga
con sus padres y hermanos.
Una
forma de elaborar y resolver los conflictos que aparecen tanto
en la escuela como en su propio hogar son, además del
juego, los cuentos a los que los niños, en estas edades,
son tan aficionados: el niño se embelesa oyendo hablar
de la gran boca del lobo feroz y abre su boca a la vez que
lo hace el lobo; los cuentos le ayudan a elaborar los miedos
tan comunes de estos años.
Algunas de las adquisiciones que hace el niño tanto
de su personalidad social como del lenguaje, según
lo explica Gesell, son,
A
los dos años:
utiliza los nombres de cosas, personas, y la palabra-acción
se llama a sí mismo por su nombre en vez de usar el
"yo"
la jerga ha desaparecido pero sigue canturreando al decir
su o sus palabras
le gusta escuchar y le gusta revivir sus acciones en cuentos
en los que él es el protagonista
usa la palabra mío "manifestando un interés
inconfundible por la propiedad de cosas y personas"
cuando juega con otros niños no se relaciona con ellos
más que físicamente
desconfía de los extraños y no es fácil
de persuadir
se ríe con ganas y muestra signos de simpatía
o de vergüenza
A
los tres años:
comienza a decir frases
disfruta con el preguntar por preguntar
le gusta el soliloquio y el juego dramático en el que
practica palabras, frases y sintaxis.
"con el niño de tres años se puede tratar";
es capaz de negociaciones en las que cede para conseguir algo
tiene gran deseo de agradar y pregunta si ha hecho bien lo
encomendado
la llegada de un hermano le puede provocar celos, angustia
e inseguridad
-habla consigo mismo o como si se dirigiera a un otro imaginado.
empieza a compartir sus juguetes
se puede quitar los botones de delante y de los lados
no sólo se baja los pantalones sino que puede quitárselos
duerme ya toda la noche sin mojarse e incluso suele hacer
sus necesidades sin ayuda
A los cuatro años:
hace preguntas casi sin parar
le gusta hacer juegos de palabras, "se divierte con los
más absurdos desatinos, para atraer la atención
del auditorio"
"su lenguaje es meridiano, no le gusta repetir las cosas"
llega a sostener largas conversaciones, mezcla de ficción
y realidad, "tiene mucho de charlatán y algo de
irritante"
es hablador y utiliza con entusiasmo el pronombre personal
puede vestirse y desvestirse casi sin ayuda
se hace el lazo de los zapatos, se peina sólo y se
cepilla los dientes
va al baño sólo, preferentemente si hay otros,
movido por "una nueva curiosidad que empieza a surgir"
empieza a formar grupos para jugar de dos o tres niños.
comparte sus cosas pero a veces tiene arrebatos caprichosos
con la intención de provocar reacciones en los demás:
"puede ser un verdadero sargento para dar órdenes
a los demás"
tiene cierta conciencia de las actitudes y opiniones de los
demás: es excelente para encontrar pretextos y justificar
su comportamiento
A
los cinco años:
parece un adulto en su forma de hablar, sus respuestas son
ajustadas a las preguntas que se le hacen
sus preguntas buscan una respuesta y tiene verdadero deseo
de saber
en su deseo de entender el mundo es muy práctico y
le gustan los detalles concretos "sin irse por las ramas
ni la fantasía"
distingue sus mano derecha e izquierda pero no las de los
demás
es obediente y puede confiarse en él
le gusta colaborar en algunas tareas de la casa
se muestra protector, a veces, con los más pequeños
sabe decir su nombre y dirección
juega en pequeños grupos de dos a cinco niños
prefiere el juego con otros y muestra cierta comprensión
de situaciones sociales
"la seguridad en sí mismo, la confianza
en los demás y la conformidad social son los rasgos
personal-sociales cardinales a los cinco años"
Mundo emocional
Durante el primer año de vida el bebé realizó
un importante proceso con repercusiones tanto para su vida
interna como para sus posibilidades de relación con
los demás: primero aprendió a ver a su madre
como alguien separado de él; además tuvo que
admitir que era la misma madre la que satisfacía sus
necesidades como la que las frustraba; y, por tanto, que sus
sentimientos de amor y rabia iban dirigidos a la misma persona.
Con
todo esto, en el bebé se va organizando un incipiente
sentido de sí mismo, un "yo"primitivo y una
básica concepción de un mundo material separado
de él, lo "no-yo".La integración de
ese primitivo yo y la separación de la madre como una
sola persona, le hacen reconocer que siente enojo hacia la
misma madre a la que ama y necesita, pero también le
permite sentir agradecimiento por el amor que recibe a pesar
de sus momentos de rabia.
La dificultad para recordar nosotros mismos estas etapas nos
hace ver a los niños ajenos a toda esa problemática
que, efectivamente, se olvida si se ha resuelto suficientemente
bien, pero no siempre transcurre todo felizmente y los problemas
se presentan con síntomas de gravedad variable.
El
primer año es el de la etapa oral porque la problemática
afectiva gira en torno a la alimentación: el destete,
el cambio a los alimentos sólidos..., son experiencias
del niño con la madre que dan lugar a las vivencias
que hemos comentado.
En
el segundo año los intereses emocionales del niño
giran en torno a la adquisición del control de esfínteres:
desprenderse de algo de su cuerpo que el valora, por agradar
a su madre, va a poner en juego todo el amor que le tiene.
El niño quiere ser "bueno" aprendiendo a
controlarse según las pautas que le impone su madre:
es la etapa anal.
Al
final del segundo año, el niño suele haber controlado
sus esfínteres: en general se controla primero la defecación
y luego el orinar de modo que al final del segundo año
se ha adaptado a la limpieza.
En
el curso del tercer año aumenta la curiosidad por los
genitales, se interesa por ellos, por las diferencias entre
hombre y mujer, por el nacimiento de los niños, por
las relaciones sexuales... Es la época del complejo
de Edipo, que de un modo muy resumido es el deseo de exclusividad
en el afecto de la madre en el caso del niño, y del
padre, en el caso de la niña.
Todas
las fases que el niño va viviendo no se superan totalmente
y, en la pubertad reaparecen problemas relacionados con los
conflictos vividos en las etapas oral, anal y genital.
Las
mayores dificultades en este período suelen estar marcadas
por la inevitable aceptación del tercero, del otro,
aceptación que cuesta mucho porque choca con la omnipotencia
propia de los primeros años: en el proceso de socialización,
que comienza en la familia, se va instaurando el "principio
de realidad", es decir, admitir la existencia de los
demás con sus propios deseos y necesidades que no siempre
coinciden con los del niño, frustrándolo en
su intento de imponerse.
La
autoestima del niño ha de salir bien librada de esta
lucha entre el deseo de autoafirmarse a toda costa y el de
admitir también la afirmación de los demás:
es un equilibrio difícil y no siempre bien logrado
lo que conlleva toda una serie de dificultades en las relaciones,
desde timidez a agresividad, y que se manifiestan en el hogar
y más tarde en la escuela.
El
niño vive todas estas situaciones primeramente en la
relación con los padres y después con los hermanos.
Los hermanos son niños igual que él, que le
disputan el cariño y la predilección de los
padres. El deseo que aparece es el de "eliminarlos",
deseo cargado de una agresividad más o menos inconsciente
y de otros sentimientos como son el miedo y la culpabilidad.
El
nacimiento de un nuevo hermanito suele provocar el rechazo
del niño que se manifiesta de diversas maneras: en
forma de agresión directa o en comportamientos que
el niño ya había superado, como es volver a
mojar la cama..., y en ocasiones mostrando un exagerado interés
por el bienestar del hermanito, interés que llega a
confundir a los padres.
Todos
estos conflictos, que surgen en la edad en la que el niño
aprende las primeras conductas que lo convertirán en
un ser sociable, quedan amortiguados y, aparentemente olvidados,
en la etapa de latencia, que comienza alrededor de los cinco
años y que se alarga hasta la pubertad.
En la pubertad tienen lugar intensos cambios hormonales que
harán aflorar nuevamente los problemas que quedaron
silenciados en la niñez, que no podrán seguir
ya reprimidos, sino que van a ser potenciados por dicha revolución
hormonal.
La
norma moral y el ideal del yo se empiezan a formar en los
primeros años de la vida, modelando el comportamiento
del niño según las pautas y normas socialmente
admitidas y valoradas y siguen funcionando en la siguiente
etapa, de latencia, época de grandes adquisiciones,
fundamentalmente intelectuales.
Bibliografía
"El niño de uno a cinco años" Gesell, A.
(Paidos)
"Psicología del niño" Piaget, J. e
Inhelder, B. (Morata)
"El lenguaje y el pensamiento del niño pequeño"
Piaget, J. y otros (Paidos)
"La evolución psicológica del niño"
Wallon, H. (Psique)
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