El
papel del lenguaje
Las
personas se relacionan a través de la comunicación
que se hace mediante el lenguaje ayudado por los gestos, los
movimientos del cuerpo. El lenguaje es el primer sistema de
señales que emplea el hombre para relacionarse con
su medio y para aprender lo que le rodea.
El
niño, desde la más temprana edad, aprende a
identificar los primeros sonidos y su significado y distingue
el tono con el que se le habla. Hacia los nueve meses, sabe
si sus padres están enfadados o le tratan con afecto
y cariño.
El
aprendizaje del lenguaje es un paso previo e indispensable
para el aprendizaje de la lectoescritura y supone la forma
de tomar conciencia de todo lo que se aprende del entorno
en el que se vive.
Además
del lenguaje, el hombre cuenta con gran cantidad de mecanismos
para manifestarse que le permiten ponerse
en contacto con los demás: los gestos, las miradas,
la expresión del rostro... Estos elementos ponen de
manifiesto actitudes, sentimientos, predisposiciones y motivaciones
que permiten una comunicación interpersonal trascendente.
Desde los primeros momentos de la vida, el bebé capta
la intensidad del afecto, aprecia si se le aguanta o se le
abraza; valora el tono afectivo de la mirada del adulto cuando
le acerca un juguete. También ocurre esto entre las
personas adultas y entre los miembros de una familia.
El
lenguaje está limitado por los conocimientos de cada
uno, es social; sin embargo, los símbolos son personales,
inagotables. La posibilidad de combinar ambos lenguajes (verbal
y gestual) implica comunicación.
El diálogo,
otra forma de comunicación.
Cuando
sólo se usa el lenguaje verbal (difícil, pues
en la práctica nunca aparece desligado del gestual)
hablamos de diálogo. Se dan dos formas extremas
de diálogo: por exceso o por defecto. Ambas, provocan
distanciamiento entre padres e hijos. Hay padres que, con
la mejor de las intenciones, procuran crear un clima de diálogo
con sus hijos e intentan verbalizar absolutamente todo. Esta
actitud fácilmente puede llevar a los padres a convertirse
en interrogadores o en sermoneadores, o ambas cosas. Los hijos
acaban por no escuchar o se escapan con evasivas. En estos
casos, se confunde el diálogo con el monólogo
y la comunicación con el aleccionamiento.
El
silencio es un elemento fundamental en el diálogo.
Da tiempo al otro a entender lo que se ha dicho y lo que se
ha querido decir. Un diálogo es una interacción
y, para que sea posible, es necesario que los silencios permitan
la intervención de todos los participantes.
Junto
con el silencio está la capacidad de escuchar.
Hay quien prescinde de lo que dice el otro, hace sus exposiciones
y da sus opiniones, sin escuchar las opiniones de los demás.
Cuando sucede esto, el interlocutor se da cuenta de la indiferencia
del otro hacia él y acaba por perder la motivación
por la conversación. Esta situación es la que
con frecuencia se da entre padres e hijos. Los primeros creen
que estos últimos no tienen nada que enseñarles
y que no pueden cambiar sus opiniones. Escuchan poco a sus
hijos o si lo hacen es de una manera inquisidora, en una posición
impermeable respecto al contenido de los argumentos de los
hijos. Esta situación es frecuente con hijos adolescentes.
Estamos ante uno de los errores más frecuentes en las
relaciones paternofiliales: creer que con un discurso puede
hacerse cambiar a una persona.
A
través del diálogo, padres e hijos se conocen
mejor, conocen sobre todo sus respectivas opiniones y su capacidad
de verbalizar sentimientos, pero nunca la información
obtenida mediante una conversación será más
amplia y trascendente que la adquirida con la convivencia.
Por esto, transmite y educa mucho más la convivencia
que la verbalización de los valores que se pretenden
inculcar.
Por
otro lado, todo diálogo debe albergar la posibilidad
de la réplica. La predisposición a recoger
el argumento del otro y admitir que puede no coincidir con
el propio es una de las condiciones básicas para que
el diálogo sea viable. Si se parte de diferentes planos
de autoridad no habrá diálogo. La capacidad
de dialogar tiene como referencia la seguridad que tenga en
sí mismo cada uno de los interlocutores.
Hay
que tener presente que la familia es un punto de referencia
capital para el niño y el joven: en ella puede aprender
a dialogar y, con esta capacidad, favorecer actitudes tan
importantes como la tolerancia, la asertividad, la habilidad
dialéctica, la capacidad de admitir los errores y de
tolerar las frustraciones.
La importancia de la comunicación
Si
es importante el diálogo en las relaciones interpersonales,
lo es aún más la comunicación. La comunicación
está guiada por los sentimientos y por la información
que transmitimos y comprendemos. La comunicación nos
sirve:
-
Para establecer contacto con las personas.
- Para dar o recibir información.
- Para expresar o comprender lo que pensamos.
- Para transmitir nuestros sentimientos.
- Para compartir o poner en común algo con alguien.
- Para conectar emocionalmente con otros.
- Para vincularnos o unirnos por el afecto. |
Facilitadores
de la comunicación
Estos
son algunos facilitadores de la comunicación:
Enemigos
de la comunicación
Cuanto
más estrecha sea la relación, más importancia
tendrá la comunicación no verbal. Cuando un
miembro de una familia llega a su casa puede percibir un mensaje
de bienestar o tensión sin necesidad de mirar a la
cara al resto de la familia. En ocasiones, la falta de verbalización
(de hablar) supone una grave limitación a la comunicación.
Muchas veces la prisa de los padres por recibir alguna información
les impide conocer la opinión de sus hijos y, de igual
forma, impide que sus hijos se den cuenta de la actitud abierta
y predisposición a escuchar de los padres.
La
situación anterior es especialmente importante en la
adolescencia. Son múltiples las situaciones en que
los padres sienten curiosidad por lo que hacen los hijos y
estos, ante una situación de exigencia responden con
evasivas.
Otro
impedimento para la comunicación es la impaciencia
de algunos padres para poder incidir educativamente en la
conducta de sus hijos. Todo el proceso educativo pasa por
la relación que establecen padres e hijos, y ésta
se apoya en la comunicación; por eso es tan importante
preservarla y mantener la alegría de disfrutarla. Para
ello es suficiente que los padres no quieran llevar siempre
la razón y convencerse que comunicarse no es enfrentarse.
La
vida familiar cuenta también con unos enemigos claros
para establecer conversaciones y la relación interpersonal.
La televisión en la comida, los horarios que dificultan
el encuentro relajado, los desplazamientos de fin de semana...
Hay que luchar frente a estas situaciones y adoptar una actitud
de resistencia provocando un clima que facilite la comunicación.
Estos
enemigos sirven de obstáculo para comunicarnos. Los
podemos resumir así:
Generalizaciones: ("Siempre estás pegando
a tu hermana","nunca obedeces"). Seguro
que en algún momento hace algo distinto de pegar
a su hermana. Posiblemente, alguna vez, sí ha sabido
obedecer.
Juzgar los mensajes que recibes: La madre, cuando el padre
llega de la calle, dice: "Parece que hoy llegas más
tarde". El padre replica: "¿Qué
pasa?, ¿los demás días llego antes? ¡Siempre estás pendiente de la hora a la
que vengo!
No saber escuchar para comprender bien lo que quieren
decir realmente.
Discutir sobre tu versión de algo que sucedió
hace ya tiempo. ¿Para qué darle tanta importancia
a sucesos ya pasados?
Poner etiquetas
Tener objetivos contradictorios.
El lugar y el momento que elegimos.
Hacer preguntas llenas de reproches.
Abusar de los: "Tú deberías",
"Yo debería hacer"; en vez de los: "Qué
te parece si...", "Quizás te convenga",
"Yo quiero hacer", "Me conviene",
"He decidido".
Cortes en la conversación porque se presta más
atención a lo que quieres decir, que a escuchar
al otro. |
Tipos
de padres según el uso de la comunicación
En
función de las palabras que dirigimos a los niños
podemos comunicar una actitud de escucha o, por el contrario,
de ignorancia y desatención. Según analiza el
psicólogo K. Steede en su libro Los diez errores más
comunes de los padres y cómo evitarlos, existe una
tipología de padres basada en las respuestas que ofrecen
a sus hijos y que derivan en las llamadas conversaciones cerradas,
aquellas en las que no hay lugar para la expresión
de sentimientos o, de haberla, éstos se niegan o infravaloran:
- Los
padres autoritarios: temen perder el control de la situación
y utilizan órdenes, gritos o amenazas para obligar
al niño a hacer algo. Tienen muy poco en cuenta las
necesidades del niño.
- Los
padres que hacen sentir culpa: interesados (consciente o
inconscientemente) en que su hijo sepa que ellos son más
listos y con más experiencia, estos padres utilizan
el lenguaje en negativo, infravalorando las acciones o las
actitudes de sus hijos. Comentarios del tipo "no corras,
que te caerás", "ves, ya te lo decía
yo, que esa torre del mecano era demasiado alta y se caería"
o, "eres un desordenado incorregible". Son frases
aparentemente neutras que todos los padres usamos alguna
vez.
- Los
padres que quitan importancia a las cosas: es fácil
caer en el hábito de restar importancia a los problemas
de nuestros hijos sobre todo si realmente pensamos que sus
problemas son poca cosa en comparación a los nuestros.
Comentarios del tipo "¡bah, no te preocupes,
seguro que mañana volvéis a ser amigas!",
"no será para tanto, seguro que apruebas, llevas
preparándote toda la semana", pretenden tranquilizar
inmediatamente a un niño o a un joven en medio de
un conflicto. Pero el resultado es un rechazo casi inmediato
hacia el adulto que se percibe como poco o nada receptivo
a escuchar.
- Los
padres que dan conferencias: la palabra más usada
por los padres en situaciones de "conferencia o de
sermón" es: deberías. Son las típicas
respuestas que pretenden enseñar al hijo en base
a nuestra propia experiencia, desdeñando su caminar
diario y sus caídas.
Por
último, hay que mencionar la cantidad de situaciones
en las que la comunicación es sinónimo de silencio
(aunque parezca paradójico). En la vida de un hijo,
como en la de cualquier persona, hay ocasiones en que la relación
más adecuada pasa por la compañía, por
el apoyo silencioso. Ante un sermón del padre es preferible,
a veces, una palmada en la espalda cargada de complicidad
y de afecto, una actitud que demuestre disponibilidad y a
la vez respeto por el dolor o sentimiento negativo que siente
el otro.
Consejos prácticos
1.
Observar el tipo de comunicación que llevamos a cabo
con nuestro hijo. Dediquemos unos días de observación
libre de juicios y culpabilidades. Funciona muy bien conectar
una grabadora en momentos habituales de conflicto o de sobrecarga
familiar. Es un ejercicio sano pero, a veces, de conclusiones
difíciles de aceptar cuando la dura realidad de actuación
supera todas las previsiones ideales.
2.
Escuchar activa y reflexivamente cada una de las intervenciones
de nuestros hijos. Valorar hasta qué punto merecen
prioridad frente a la tarea que estemos realizando; en cualquier
caso, nuestra respuesta ha de ser lo suficientemente correcta
para no menospreciar su necesidad de comunicación.
3.
Si no podemos prestar la atención necesaria en ese
momento, razonar con él un aplazamiento del acto comunicativo
para más tarde. Podemos decir simplemente: "dame
10 minutos y enseguida estoy contigo". Recordemos después
agradecer su paciencia y su capacidad de espera.
4.
Evitar emplear el mismo tipo de respuestas de forma sistemática
para que nuestro hijo no piense que siempre somos autoritarios,
le hacemos sentir culpable, le quitamos importancia a las
cosas o le damos sermones.
5.
Dejar las culpabilidades a un lado. Si hasta hoy no hemos
sido un modelo de comunicadores, pensemos que podemos mejorar
y adaptarnos a una nueva forma de comunicación que
revertirá en bien de nuestra familia suavizando o incluso
extinguiendo muchos de los conflictos habituales con los hijos.
6.
Cuando decidamos cambiar o mejorar hacia una comunicación
más abierta, es aconsejable establecer un tiempo de
prueba, como una semana o un fin de semana, terminado el cual
podamos valorar si funciona o no y si debemos modificar algo
más. Los padres tenemos los hábitos de conducta
muy arraigados y cambiarlos requiere esfuerzo, dedicación
y, sobre todo, paciencia (¡con nosotros mismos!).
Bibliografía
Cómo
hablar para que sus hijos le escuchen y cómo escuchar
para que sus hijos le hablen
A. Faber y E. Mazlish Ediciones Médici.
Los
diez errores más comunes de los padres y cómo
evitarlos
Dr. Kevin Steede Editorial Edaf
La
comunicación no verbal
Flora Davis Alianza Editorial
Guía
para la salud emocional del niño
Rafael Nicolás, Núria Fillat y Irene Oromí
Ediciones Médici
Artículo:
"¿Cómo mejorar la comunicación con
nuestros hijos?"
Carmen Herrera García Profesora de Educación
Infantil y Primaria
http://www.solohijos.com/
Padres
e hijos. Una relación.
Joan Corbella Roig Círculo de lectores
Publicaciones
de Servicios Sociales de la Comunidad de Madrid
http://www.munimadrid.es/Principal/portada.html
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