Introducción
Las
alabanzas y las críticas son juicios
de valor que emitimos hacia alguien (en este caso hacia los
hijos) que hay que saber comunicar, transmitir y usar en los
momentos adecuados. Esta realidad mejorará la labor
de los padres y su relación con los hijos.
En
nuestra sociedad estamos acostumbrados a emitir constantemente
juicios de valor y comentarios sobre hechos y acontecimientos
que ocurren a nuestro alrededor, en nuestro entorno más
inmediato, de nuestros hijos, de la familia. Estos comentarios
los emitimos, en ocasiones (por no decir en la mayoría
de ellas) alegremente sin pensar en las repercusiones que
puedan tener.
Este es
el caso de las alabanzas y las críticas hacia nuestros
hijos. Se tratan de juicios, unas veces positivos y otras
negativos; unos días pueden parecernos imprescindibles
(las necesitamos, las necesitan nuestros hijos) y otros días,
incluso perjudicar porque se sabe que no son merecidas.
Tememos
ser juzgados
Al
principio, el niño necesita los juicios constantes
de los padres para controlar su conducta y aprender a comportarse
porque decimos que posee una moral heterónoma, es decir,
depende de los mayores, de otros para comportarse y aprender.
Con el tiempo, ya cerca de la adolescencia y en plena etapa
adolescente, el chico y la chica se vuelven seres con autonomía
moral, queremos decir con ello que son capaces de crear sus
propias normas, valores, actitudes y conductas y no son tan
dependientes de los mayores. Es esta fase y a partir de ella
cuando el individuo teme más los juicios que los otros
emiten sobre sus actos, tanto buenos como malos.
Este comportamiento
de rechazo hacia los juicios de los otros se explica sobre
todo en los adolescentes porque disponen claramente de dos
vidas, una exterior que es la que se aprecia, se percibe
por todos los que le rodean a diario, lo que dicen, hacen...
La otra, está determinada por su vida interior, sus
intenciones, motivaciones, deseos y sentimientos más
íntimos que suponen un torbellino de ideas que hacen
al individuo más aislado.
Es este
el motivo por el que nos preocupa que los demás nos
juzguen. Creemos que nosotros somos los que mejor nos conocemos
y nos violenta pensar que los demás nos juzguen por
lo que parece que somos, no por lo que realmente somos.
Pero esta
realidad la tienen que vivir, en cierta medida, los niños
y adolescentes, porque precisan ser guiados, reconducidos
en su conducta, y esto lo llevan a cabo los padres por medio
de juicios que exteriorizan en alabanzas y críticas.
Relación
ante las alabanzas y las críticas
La reacción
que los hijos presentan ante las alabanzas y críticas
es difícil de predecir. A veces reaccionan a
las alabanzas diciendo que son inmerecidas. Cuando hay baja
autoestima, los hijos intentan evitar la crítica o
el castigo. Algunos siempre desean más alabanzas, nunca
tienen suficiente. Por otro lado, mientras que unos no reaccionan
a la crítica, otros se derrumban a la mínima.
Es siempre
difícil predecir cuál será su reacción
ante un juicio. Como norma general, es mejor limitar
tanto las críticas como las alabanzas para que tengan
más significado cuando realmente sean necesarias. Por
otro lado vamos a conseguir más efectividad. Una pauta
interesante a seguir es decir a alguien algo agradable de
vez en cuando, especialmente si quien recibe el halago no
se lo espera.
Los
adultos suelen ser críticos
Normalmente
los padres esperan que los hijos hagan las cosas tal y como
a ellos les gustaría. Como eso no es posible y, normalmente
no se da el caso, terminan recurriendo a la crítica
sobre todo cuando las cosas no se hacen o se dejan a medio
hacer.
En estas
situaciones es difícil no ser crítico y
la verdad es que no se puede evitar. Lo que sí debemos
vigilar y cuidar es criticar menos y si lo vamos a hacer,
que sea en el momento adecuado. Se trata pues de ser menos
crítico, de que los padres no sean constantes jueces
de la actitud y comportamiento de los hijos. Si esto ocurre
estamos negando la libertad de autocrítica de cada
individuo y estamos influyendo negativamente en el desarrollo
de su propia autonomía moral.
Si alguien
recibe constantemente los mismos mensajes o los recibe de
la misma forma (a voces, de malas maneras...), termina por
no hacer caso a los mensajes que pretenden conseguir el efecto
contrario, es decir, que el individuo modifique su actitud
y conducta ante un hecho como puede ser el rendimiento escolar,
mantener el orden de la habitación...
Y si los
hijos no suelen hacer caso de la mayoría de
las cosas que de forma reiterada dicen los padres, en cierta
forma es bueno, porque también los adultos se deben
parar a pensar el contenido de los mensajes que dirigen a
los hijos, muchos de ellos cargados de negativismo, sin validez
moral,... en una palabra, no se piensa bien lo que se dice
a los hijos. Y no solo no suelen hacer caso de los mensajes
de los padres, sino que además, y por suerte, suelen
olvidar los comentarios que más pueden herir.
Las mejores
metas se alcanzan cuando los hijos son capaces de llegar a
sus propias conclusiones sin depender tanto de los adultos.
Pero, ¿y si este momento no llega?, ¿tendrán
paciencia los padres? Realmente, es una situación muy
delicada porque la experiencia no demuestra que no esperamos
lo suficiente y los adultos terminamos criticando otra vez.
Esta situación casi no se puede evitar, podríamos
decir que va implícita a la propia situación
de la relación entre padres e hijos.
La fórmula
la podemos encontrar cuando se dicen cosas agradables, de
la forma adecuada, en el momento justo. Los hijos sabrán
perdonar a los padres aunque éstos les juzguen demasiado
a menudo. La alternativa a ser un constante crítico
es decir cosas agradables de vez en cuando, sobre todo cuando
los hijos no se lo esperan. Para ello, es preciso disponer
de algo muy elemental y que por desgracia en el mundo actual
no encontramos con facilidad, y son los momentos para hablar
que deben tener las dos partes y que, seamos claros, los hay,
por muy atareados que nos encontremos todos, incluidos los
hijos.
La
autoestima no se aumenta con las alabanzas
La alabanza
no aumenta automáticamente la autoestima del individuo.
Sí es verdad que la alabanza refuerza una autoestima
ya existente o una experiencia con efecto positivo en la autoestima.
Además
de alabar o elogiar hay que decir la verdad y los hijos
aprenden a diferenciar cuándo un mensaje es verdadero
o no. El valor de la alabanza y la credibilidad de la persona
que emite el juicio disminuyen automáticamente cuando
dicha alabanza no se merece.
Se sabe
cuándo un niño posee una autoestima baja porque
su comportamiento busca constantemente las alabanzas que refuercen
sus virtudes ya que él no es capaz de hacerlo porque
presta más atención a sus faltas o defectos.
Este es el motivo por el que estos niños dependen de
mensajes externos, de quien les rodea. Debemos conseguir que
confíen más en ellos mismos, en sus propios
sentimientos de satisfacción cuando logran algún
éxito. Si realmente un niño busca la aprobación
de los demás, de los padres, es bueno dársela
pero sin exagerar como por desgracia se suele hacer, pensando
que cuanto más enfaticemos nuestra aprobación,
más feliz haremos al niño y eso en realidad,
es engañarle.
Una estrategia
a seguir muy frecuente y no difícil de poner en práctica
es cuando un niño se acerca y nos pregunta si nos gusta
el dibujo que ha hecho o si le ha quedado bien lo que ha pintado...
En esta situación, debemos devolverle la pregunta y
pedirle que nos diga su opinión sobre su actividad,
si le gusta o no a él, cómo la ve. En caso de
que su comentario o su percepción sea negativa habrá
que preguntarle por qué, que razone y conseguir una
explicación lo más racional y justa.
Antes
hemos dicho que las alabanzas sirven para reforzar la satisfacción
del niño sobre lo que ha hecho. Son más efectivas
si van dirigidas a un niño que se siente bien y no
cuando se siente mal. Por otro lado ya hemos dicho que no
hay que hacer que el niño dependa demasiado de las
alabanzas.
Si nos
encontramos un niño demasiado crítico consigo
mismo, hay que ayudarle a comprender por qué se produce
esta situación. La respuesta la podemos encontrar en
algo que se suele dar y es que sus expectativas y metas son
demasiado altas y por tanto alejadas de la realidad (incluidas
las expectativas de los padres) Los hijos deben aprender que
es bueno ser autocrítico (sin exagerar) para mejorar
el nivel de rendimiento.
Si la
idea del hijo coincide con los comentarios que los padres
hacen de él, se consigue que el hijo confíe
más en el criterio del adulto, siempre y cuando el
adulto haya sido sincero y se base en la realidad. Como conclusión
podemos afirmar que los buenos padres (que también
hacen juicios negativos) gozan de mucha credibilidad, no abusan
de las alabanzas o las críticas y han aprendido a coincidir
con los sentimientos de sus hijos.
Cuándo
son más efectivas las alabanzas y las críticas
Si las
utilizamos cuando el hijo las espera, conseguimos hacer lo
que demos hacer como buenos padres. Cuando se desempeña
el papel que el hijo espera conseguimos seguridad en éste
último. Esta situación se puede dar cuando el
hijo espera la aprobación de los padres
ante un buen resultado escolar. En este caso hay que elogiar,
pero no olvidemos que lo que más vale es la idea y
la opinión que el propio chico tiene de su éxito.
Al contrario tenemos una situación parecida cuando
un niño sabe que ha hecho algo mal y no puede evitar
que los adultos lo descubran; ahora el elogio pierde valor
porque el juicio negativo ya se ha producido con antelación
en la mente del niño.
Una
actitud positiva no es lo mismo que una alabanza
Cuando
decimos algo agradable a un niño no tiene por qué
ser un juicio y por tanto no es una alabanza. Podemos comentar
a los hijos algo bueno que ha ocurrido sin necesidad de que
ellos hayan intervenido y sean los protagonistas. Se trata
de compartir con los chicos los momentos buenos y manifestar,
exteriorizar, las buenas sensaciones que un hecho (que directamente
puede no tener nada que ver con ellos) puede suponer para
los adultos.
Podemos
decir cosas agradables sobre una característica
personal favorable del niño y así se demuestra
que uno no siempre tiene que hacer algo para merecer elogios.
Sobre algo agradable que haya hecho el niño. Sobre
algo bueno de uno mismo para mostrar que la autoestima positiva
es buena; con esto estamos transmitiendo que es posible sentirse
bien con uno mismo sin buscar la aprobación de los
demás. Sobre otras personas para demostrar que es positivo
tener buenos sentimientos hacia ellas y es una forma de demostrar
cómo hay que valorar a los demás. Sobre cualquier
hecho, acontecimiento y mostrar así que uno se siente
bien por algo (un nuevo día, un fin de semana, la comida
de cada día, etc.) Sobre un árbol, una puesta
de sol, un paisaje para demostrar que es bueno obtener satisfacción
de las experiencias cotidianas.
En definitiva,
decir cosas agradables demuestra que se tiene una actitud
positiva, muy necesaria para todos y más en las relaciones
entre padres e hijos.
Hay
que destacar las virtudes
Muchos
no son capaces de tener una autoestima alta porque no son
capaces de identificar sus puntos fuertes. Esto es debido
a que nos fijamos en demasía en nuestros defectos y
menos en las virtudes y esta actitud la reflejan los adultos
con sus hijos.
En
realidad, todos tenemos más virtudes de las que creemos.
Si por virtud entendemos una cualidad que destaca por encima
de lo habitual, es importante subrayar las virtudes de los
hijos por encima de los defectos.
Debemos
saber que un niño puede tener virtudes aunque cometa
muchos errores. Si esto es así será más
fácil definir a un niño cuando estamos hablando
con otro adulto. Digo esto porque en el entorno escolar (por
ejemplo), los padres pecan demasiado de aspectos negativos
cuando tienen que hablar de las características de
sus hijos a los maestros.
Ejemplos
de virtudes que pueden destacarse en los niños
en situaciones concretas son: la lealtad del niño cuando
ha mentido para defender a un amigo; el valor del niño
que por primera vez va al colegio aunque tenga miedo; la persistencia
que demuestra un niño al subir a un árbol aunque
se rompa los pantalones; la integridad que demuestra un niño
cuando es falsamente acusado pese a contestar con descaro
a un adulto...
Es difícil
ver una virtud en un acto que también podría
exigir un castigo. Cuando se comprende a los niños,
aunque se les critique o castigue, el acontecimiento será
recordado durante mucho tiempo.
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