Hemos trabajado en algunos artículos de esta sección
sobre algunos aspectos distintivos y diferenciadores de un
adolescente. Es nuestra pretensión terminar de definir
en la medida de lo posible y siempre, de forma resumida, cómo
es esa persona, ese hijo/hija que tenemos a nuestro lado y
con quien convivimos y que se comporta de esa forma, a veces
tan extraña. Siempre nos ha movido la idea de que cuanta
más información disponga la familia, los adultos
que cuidan a los hijos, más fácil será
encontrar respuestas adecuadas a las situaciones, a veces
conflictivas que surgen en la vida cotidiana.
Con este artículo, pretendemos definir básicamente
las características de un adolescente, en términos
generales, sin profundizar en ningún aspecto cognitivo,
motriz, afectivo y/o social porque eso ya lo hace el resto
de artículos de esta sección.
Veamos pues, esos aspectos que identifican al individuo que
se encuentra en la etapa de la vida comprendida entre los
12-13 años y los 18-19 años aproximadamente.
Ya sabemos que la adolescencia es esa edad en la que ya se
deja de ser niño pero todavía no se es un adulto.
Se produce una ruptura del equilibrio existente hasta el momento
y surge un equilibrio nuevo caracterizado por la conquista
de una nueva personalidad con la que se identificará
el individuo, una personalidad que hará a cada persona
distinta del resto y con la que cada uno se identifica. Este
proceso lo identificamos hacia los trece años y puede
durar dos o tres más según las circunstancias.
Suele ocurrir que los padres se encuentren desorientados porque
no saben cómo actuar, no comprenden el comportamiento
de su hijo/a, todo ello, en parte, a que ya se les ha olvidado
cuando ellos fueron adolescentes y vivieron una situación
similar. Ante todo, no hay que alarmarse. Los adultos, los
padres, deben comprender que es una situación propia
de la etapa de la vida en la que están los hijos, es
normal. Y tal y como aparece, debe desaparecer con tanta rapidez
y facilidad como sean comprendidos por los adultos.
El individuo, al tiempo que deja de ser niño, empieza
teniendo lo que conocemos por crisis de emancipación.
Sabemos que antes de este periodo a estado (socialmente) inmerso
en lo que llamamos pandilla (normalmente unisexual) que poco
a poco a dejado de identificarse con ella. Ya no se considera
niño y por tanto, no quiere ser tratado como tal. Quiere
olvidarse de todo aquello que le recuerde su niñez:
cuando le preguntaban la lección, cuando le mandaban
a acostar por la noche, presenta desagrado ante cualquier
observación que se haga por banal que nos parezca (sobre
todo si se hace delante de menores que él).
El adolescente siente unos deseos de emancipación que
no es ni más ni menos que la manifestación de
un proceso natural, propio de la evolución. Los adultos
no deben intentar, en ningún momento, controlar este
proceso. Sería contraproducente.
Por otro lado, el individuo vive una auténtica transformación
fisiológica y es necesario una prevención a
tiempo y adecuada por parte de los padres. Esto se consigue
con el diálogo y la convicción de que el resultado
final será positivo. Por otro lado, este momento se
vive desde una auténtica inestabilidad de carácter
lo que significa y explica esos cambios tan bruscos de humos
y ánimos de los hijos.
Los
padres deben tener claro que no hay que extrañarse
por los repentinos cambios de humos y carácter “sin
fundamento” Ya decimos que son propios de esa “tormenta”
interior que los hijos viven y que les dificulta, en ocasiones,
controlar sus impulsos y sentimientos.
A veces el adolescente siente en su interior que no es él
mismo, no se identifica con la persona que en ocasiones cree
que es y se extraña de determinadas actitudes, comportamientos
y gestos que manifiesta porque no los atribuye a su voluntad.
Estos sentimientos no los suele reconocer, no los exterioriza,
los vive para adentro. Se verá en muchas ocasiones,
una persona incomprendida.
Precisamente porque se encuentra en proceso de búsqueda
de una nueva personalidad, tiende (de forma inadecuada y torpe)
a oponerse a todo lo que significa tradición, costumbre
y criterio de los adultos. El adolescente no suele tener un
pensamiento propio y reflexivo, de ahí que varíe
en su criterio y opinión ante un hecho de un día
para otro. Y todo esto explica que se coloque en la opinión
contraria a aquello que los padres opinan sin saber exactamente
lo que buscan y quieren conseguir.
En el plano afectivo y familiar no se conforman con ser queridos
sino que quieren amar y elegir las personas con quien compartir
sus ratos de ocio y esparcimiento. Llegan, incluso, a ser
indiferente (cuando no molestarse) por algunas manifestaciones
de cariño que hacen los padres (besos, caricias, abrazos...).
Es el momento de la búsqueda de cariño fuera
de casa.
Lo que acabamos de comentar explica un auténtico egoísmo
e indiferencia que practican en relación con los miembros
de la familia y de todo lo que se refiera a ella. Sin embargo,
son capaces de demostrar una auténtica dedicación
por los otros, por los que no pertenecen a la familia, por
los pobres, por los necesitados, por ideales, etc.
Es por esto que es necesaria una verdadera y correcta orientación
hacia asociaciones y/o movimientos que los padres sepan que
realmente merecen la pena y que se basan en unos adecuados
ideales y valores. Si los padres consiguen atraer la atención
del adolescente hacia estas asociaciones, organizaciones,
y que dedique su tiempo y esfuerzo a dar todo lo que pueda
por ellas, se tendrá mucho ganado porque lo que se
consigue es reconducir y centrar su interés en algo
que sabemos que es positivo. Este darse a los demás,
les ayuda a encontrar el equilibrio tan buscado, porque entregándose
a los demás, consiguen el bienestar.
Añadido a lo anterior y un poco, como consecuencia,
el adolescente vive un momento de pasión amorosa: se
enamora del profesor o profesora, del cantante, del deportista,
etc. A los padres les queda el consuelo de que si esa pasión
es vivida con naturalidad y de una forma sana, sin presentar
excesivas obsesiones, el momento pasional pasará por
sí solo.
Los padres no deben extrañarse de si los hijos adolescentes
ya no quieren salir con ellos. Es la etapa en la que los padres
encuentran más “libertad”, se encuentran
más solos y se hayan con más tiempo libre para
dedicárselo a ellos, ya que los hijos tienen sus intereses
puestos en otro sentido, en otros ambientes. Lo importante
es que aquello que interese a los hijos sea moralmente aceptable
y no haya peligros para su integridad moral y física.
El adolescente es capaz de admirarse por algo insignificante
al igual que lo puede hacer de algo grandioso y magnífico.
Los padres no deben nunca menospreciar y hacer comentarios
negativos sobre lo que valoran sus hijos, siempre y cuando
no signifiquen algún peligro para ellos. Si los padres
llegan a burlarse de algo que tiene valor para el adolescente,
éste puede llegar a herirse, sentir tristeza, pues
son muy susceptibles. Al mismo tiempo son muy celosos de su
autonomía por lo que los adultos deben cuidar de respetar
su independencia, su espacio y tiempo. Por último,
hay que evitar que se sientan vigilados porque sólo
se conseguirá que se retraigan sobre sí mismos
y se cierren aún más. En lugar de vigilar sí
se ha de velar por el adolescente para que alcance el máximo
de sus cualidades y oportunidades.
También los padres deben dar oportunidad (al igual
que lo han hecho en etapas anteriores) a que los hijos participen
de forma activa en las decisiones que afecten a la vida común
de la familia. De esta forma se consigue que el hijo adolescente
siga ligado al ámbito familiar y no se desligue del
todo. Por otro lado, está demostrado que cuanto más
participen en las decisiones y más responsabilidades
o acepten las decisiones como propias con sus pros y contras,
menos libertad intentarán alcanzar fuera ya que la
están consiguiendo dentro de la familia.
Ante todo, en caso de que se presente (que se presentará)
alguna manifestación de independencia, de autonomía,
hay que reaccionar sin brusquedades, sin drama y sin escenas
fuera de tono. En este momento de la vida, es necesario, más
que nunca, la persuasión, el diálogo evitando
la obligación.
En estos momentos de adolescencia, más que nunca, también
son necesarias las artes del diálogo activo, de empatizar
con el otro, de comprender al hijo, de escucharlo, de dedicarle
tiempo, de mostrar compasión. A través de estos
mecanismos se consiguen los objetivos buscados que se resumen
en mantener la autoridad moral ante ellos de que todavía
son necesarios los padres para alcanzar el equilibrio y la
tranquilidad emocional para así, canalizar la fuerza
y la motivación hacia metas que merezcan la pena.
Para terminar hay que alentar el sentimiento y el hecho de
que este tiempo pasará y lo hará mejor cuanto
más hayan sabido los padres amar a sus hijos por lo
que son, por ser ellos mismos, por ayudarles a crecer y a
conseguir una personalidad adulta segura, firme lo que redundará
en que los hijos manifestarán mayor confianza hacia
los padres que derivará posteriormente en demostración
de afecto y cariño.
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