La
muerte es un suceso real en la vida que forma parte del orden
natural de la existencia. Nuestra cultura intenta negar la
realidad de la muerte. Cuesta mucho aceptar el hecho de la
muerte y mucho más hablar de ello a un niño.
Para ello hay que ser directos y sinceros con ellos, aunque
el niño puede seguir negando el hecho de la muerte
y del entierro.
Los niños pueden tener ideas erróneas sobre
el tema, en este caso no hay que burlarse de ellas. Hay que
ir cambiando estas ideas o creencias erróneas con mucha
paciencia.
Los padres no deben evitar que sus hijos se enfrentar a hechos
tristes. En la vida deberán saber que la infelicidad
existe y debe compartir con las personas queridas los momentos
de tristeza. Esto es una parte importante de su aprendizaje.
Nos podemos plantear también la pregunta siguiente:
¿ES CORRECTO QUE LOS NIÑOS ASISTAN A
UN FUNERAL? Después de los 6 años los
niños pueden asistir a funerales y no debe preocupar
a los padres que vean gente llorando o trastornada. Si los
padres intentan distraerlo de cualquier forma producirán
el efecto de que la tragedia no ha ocurrido. A no ser que
el niño no quiera ir de ninguna manera al funeral,
en cuyo caso no hay que forzarlo, no se debe negar la posibilidad
de participar en épocas de tristeza porque se le están
negando también los efectos curativos del dolor.
Como decíamos, admitir el sentimiento de la pena es
difícil pero forma parte de nuestra vida y conviene
vivirlo conscientemente. Los adultos y los niños no
afrontan igual la despedida debido a que el niño procesa
de otra manera las emociones fuertes. Pero hay algo en lo
que coincidimos: cuanto antes aprendamos a manejarnos con
los sentimientos dolorosos tendremos mayores oportunidades
de desarrollar unos rituales que configuren las inevitables
despedidas de la vida (sean pequeñas o grandes).
La vivencia de una despedida va unida a muchos sentimientos
diferentes. Cuanto más pronto aprendamos a percibir
estos sentimientos y a manifestarlos, más preparados
estaremos para otra despedida: la muerte. En la despedida
podemos sentir rabia y a veces liberación e incluso
sensación de alivio. Los sentimientos no obedecen a
normas, son manifestaciones de nuestro “yo” íntimo.
No se debe transmitir a los niños la enseñanza
de que hay sentimientos “buenos” y “malos”.
El niño cree que si tiene un sentimiento “malo”
él mismo será “malo”.
Los niños necesitan la posibilidad de asimilar sus
sentimientos de tristeza o cólera, de preguntar, de
dar libre curso a su experiencia. No hay que convertir la
muerte en un tema tabú, ni evitarles la aflicción
si ha muerto un ser querido o su mascota. Los niños
son curiosos y desean comprender el mundo sin que nada se
les escape. No sólo las cosas fáciles y bonitas.
El niño cuando está afligido se comportará
de manera diferente al adulto: tendrá bruscos cambios
de humor. En un momento puede estar cabizbajo en un rincón
y al poco jugando con sus amigos. Pero ¿CUÁNTO
DURA LA AFLICCIÓN EN EL NIÑO? Dependerá
del grado de cercanía del niño con la persona
o mascota desaparecida. En general diremos que el proceso
del duelo en el niño recorre varias fases:
1. Hay un primer periodo de estupefacción relativamente
breve.
2. Después una especie de exaltación, como si
estuviera superado.
3. Seguirá una etapa de frecuentes cambios: a veces
estará tranquilo, otras se encierra en sí mismo.
Se trata de hacer posible que los niños entiendan que
la despedida forma parte de un nuevo comienzo, que la muerte
es parte de la vida y que no hay porqué reprimir los
sentimientos ni restarles importancia.
Perder a un ser querido es una experiencia terrible pero hay
que buscar el modo de asimilar cuanto antes que la muerte
es una de las partes integrantes de la vida en su totalidad
y algo que nos hermana a todos.
Se debe dejar a los niños que expresen su dolor con
el llanto o con cualquier otra manifestación. Cuando
no podemos expresar este dolor podemos desembocar en síntomas
de depresión o culpabilidad. En el caso de los niños,
no sólo hay que permitir la exteriorización
de los sentimientos sino que debemos fomentar su desahogo.
Hay que decirles que es normal llorar y estar tristes cuando
algo así nos sucede. Los niños se recuperarán
antes de su pena si los demás alientan que puede expresarse
de una forma abierta y libre. De modo contrario podrá
manifestar su dolor a través de síntomas como:
aparición de tics, mojar de nuevo la cama, mayor agresividad,
cambios en el rendimiento escolar, etc.
Veamos CÓMO AFRONTAN EL TEMA DE LA MUERTE LOS
NIÑOS SEGÚN SU EDAD. Hasta los 3 años,
la muerte se asocia al abandono, al temor de quedarse sólo.
La palabra “muerte” no les dice nada puesto que
a esta edad todavía están pendientes de cómo
nacen y se desarrollan los humanos. Suele vivir la desaparición
de un adulto como “castigo” por algo que cree
que él hizo. Conviene dejarles claro que ellos no tienen
culpa de nada.
Otro concepto que manejan es la muerte como inmovilidad y
también creen que los adultos son omnipotentes. El
hecho de un fallecimiento les lleva a preguntarse por qué
“no pueden” superarlo y consecuentemente la confianza
incondicional en los padres se ve quebrantada.
De los 4 a los 5 años se ve una ligera
evolución. Entre los 3 y los 5 años, los niños
suelen considerar a la muerte como algo reversible y temporal.
Es una etapa de vivo interés hacia la muerte y todavía
no la entienden como un suceso irreparable y definitivo. Como
el niño de 4 o 5 años atribuye vida a todas
las cosas que existen creen que los muertos acabarán
por vivir. Relacionan la muerte con la vejez y enfermedad,
así como con la guerra y sucesos violentos.
La experiencia de la muerte a esta edad les acarreará
miedos enormes: a dormir solo... Los adultos deben cuidar
en extremo su vocabulario: ¡“morir” no es
“dormir”! En esta edad, no comprenden la muerte
como despedida definitiva. Aún no ha podido asimilar
los tres criterios delimitadores:
1. La muerte afecta a todos los humanos.
2. La muerte es inevitable.
3. La muerte es definitiva.
De los 6 años en adelante, los niños
comprenderán el carácter definitivo e irrevocable
al que nos referíamos antes y cuando se hable con ellos
no se tendrá ningún tabú. Hasta los 10
años, no creen que pueda pasarles a ellos. Para las
personas que tienen fe y educan en ella a sus hijos, es más
fácil la cuestión ya que al pensar que existe
la vida eterna, esta separación se transforma en esperanza
de reunirse con el familiar amado en presencia de Dios. Para
quien tiene estos sentimientos religiosos puede ser de gran
consuelo compartir la idea de que una persona muerta aunque
permanezca en el suelo “su cuerpo” su alma o espíritu
asciende al otro mundo.
Si la familia no es creyente (desde el punto de vista cristiano)
se puede decir a los hijos que no sabemos lo que ocurre después
de la muerte pero lo importante es vivir una vida digna.
La situación se hace más delicada CUANDO
EL NIÑO SE ENFRENTA A LA MUERTE DE UN PROGENITOR.
Cuando alguien de la familia muere se complica la existencia
para el resto de los miembros. Los niños deben asumir
responsabilidades que antes no tenían. Pero ¡cuidado
con cargarles con responsabilidades de adulto! Es fundamental
permitir que: “los niños sigan siendo niños”.
Tal vez tendrán que ayudar más en casa pero
debe ser el progenitor restante quien se encargue de todo.
Después de la muerte de un progenitor, es preciso que
el restante sepa consolar a sus hijos. Es bueno que exista
cercanía física pero no dependencia. Si el chico
tiene una pesadilla se le tranquiliza pero no por ello ocuparía
el lugar de la cama que ha quedado “vacío”.
Para concluir diremos que habrá que poner buenas dosis
de sensibilidad, sensatez y cariño. Podremos ayudar
a los niños a enfrentar y superar la “despedida”
más definitiva y cierta para todos. Por eso es conveniente
tener en cuenta los CONSEJOS PRÁCTICOS
que CONCEPCIÓ POCH AVELLAN nos plantea en su artículo
“Hablar de la muerte con nuestros hijos”:
Decírselo
lo más pronto posible. Es importante no utilizar
eufemismos ni subterfugios del estilo "se ha ido
de viaje", "lo han llevado al hospital",
etc.
Ofrecerle
información clara, simple y adaptada a su edad.
Permitir
que el niño pase por sus propias fases de duelo:
choque y negación, síntomas físicos,
rabia, culpa, celos, ansiedad y miedo, tristeza y soledad.
Ayudarle
a expresar sus sentimientos por medio del juego, el
dibujo, etc.· Ser conscientes que los expresarán
de forma distinta a como lo hacemos los adultos.
Permitirles
el llanto y el enfado. No esconder nuestro propio dolor.
Recordar
que los niños también tienen derecho a
reír y ser felices.
Seguir
con la rutina diaria tanto como sea posible, ya que
esto da seguridad al niño.
Informar
a la escuela.
Dejar
que se queden con algún recuerdo de la persona
difunta.
Permitirles
que asistan al funeral.
Dejarles
muy claras dos ideas básicas: que la persona
muerta no volverá, y que su cuerpo está
enterrado o bien reducido a cenizas si ha sido incinerado.
Acudir
a profesionales si, después de unos cuantos meses,
los niños muestran alguno de los siguientes comportamientos:
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Tristeza permanente con depresión prolongada. |
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Excitación fuera de lo habitual, con nosotros
o con sus amigos. |
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Desinterés por su propia apariencia. |
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Cansancio e incapacidad para dormir. |
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Deseo cada vez mayor de estar solo. |
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Indiferencia respecto a la escuela y aficiones anteriores. |
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BIBLIOGRAFÍA
RELACIONADA CON EL TEMA:
HEIKE BAUM: “¿Está la abuelita en
el cielo?” Cómo tratar la muerte y la tristeza.
Ed. ONIRO. Barcelona, 2003.
JOAN CORBELLA ROIG: “Padres e hijos. Una relación”
Círculo de Lectores. Barcelona, 1994.
CAROLYN MEEKS: “Recetas para educar”
Ed. MÉDICI. Barcelona.
BENNETT OLSHAKER: “¿Cómo se lo decimos
a los niños?” Respuestas sencillas a cuestiones
difíciles.
Ediciones MEDICI. Barcelona, 1991.
PAULINO CASTELLS y TOMÁS J. SILBER: “Guía
práctica de la salud y psicología del adolescente”
Editorial PLANETA. Barcelona, 1998.
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