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El paisaje oceánico es una singularidad dentro de los espacios peninsulares y presenta un relieve y, sobre todo, un clima muy marcado, que lo hacen fácilmente reconocible y diferenciable del resto. Este clima es el oceánico, que destaca por sus temperaturas suaves y elevadas precipitaciones, favoreciendo una vegetación verde y frondosa.
Se sitúa en la vertiente norte de la Cordillera Cantábrica y en Galicia, una estrecha franja próxima al Cantábrico y al Atlántico, que determinan su aspecto.
Como hemos avanzado, su clima está condicionado por la proximidad del mar, que suaviza las temperaturas, con veranos frescos e inviernos suaves. El océano y las borrascas atlánticas aportan precipitaciones constantes y abundantes durante todo el año, de manera que no se produce la sequía estival que afecta al resto de los territorios peninsulares.
A este tipo de clima se corresponde un tipo de vegetación especial, el bosque atlántico. Es una formación arbórea densa y frondosa que necesita mucha agua para su crecimiento. Está dominado por árboles caducifolios, como son el roble y el haya principalmente, aunque no es extraño encontrar castaños, fresnos o álamos. En terrenos pobres o degradados, es sustituido por una formación arbustiva llamada landa, donde destacan los helechos y el boj. A mayor altura el bosque caducifolio deja paso a las coníferas y, a partir de los 2.000 metros, a los prados de altura. Desde hace siglos, los humanos han talado y aprovechado los bosques para cultivos y sobre todo pastos para el ganado, que ocupa grandes extensiones de este territorio.
El relieve es mayoritariamente montañoso tanto al interior como al litoral, escarpado y rocoso, por la proximidad de la Cordillera Cantábrica y el Macizo Galaico a la línea de costa.
Los ríos como ya hemos visto son cortos, caudalosos y de corrientes rápidas, como resultado del relieve montañoso y el clima húmedo.