Como hemos visto anteriormente, el teatro comercial gozó de gran éxito a comienzos del siglo XX, en gran parte porque estaba dirigido a la misma clase social que lo sostenía: la burguesía. Frente a él surgió otro, que pretendía renovar el panorama escénico español, alejándose de lo que, en un principio, pudieran ser las preferencias del público. Este teatro podía tener calidad literaria, pero carecía de salida, lo que impedía o dificultaba enormemente que cualquier obra que no siguiera las pautas establecidas saliera a la luz. Primaban, entonces, los criterios económicos antes que los literarios.
Este panorama provoca que los empresarios teatrales no se arriesguen a montar espectáculos que se saliesen de la norma porque presuponían anticipadamente que les iban a acarrear más pérdidas que ganancias. Pero, a pesar de todo, existen algunos autores que se animan a escribir otro tipo de teatro, intentando romper los moldes marcados por lo comercial. En esta línea nos encontramos a:
- Unamuno con Fedra (1911) o El otro (1927).
- Azorín con Lo invisible (1928).
- Jacinto Gra con: El señor de Pigmalión (1921).
Aunque, si existe un escritor que citar especialmente en el ámbito renovador, ese no es otro que Valle-Inclán, máximo representante del teatro en el primer tercio del siglo XX.
Su verdadero nombre era Ramón Valle Peña y nació en Villanueva de Arosa (Pontevedra) en 1866. Se le conoce como Valle-Inclán, apellido de uno de sus antepasados, ya que era el nombre que usó para firmar la mayoría de sus obras. Empezó la carrera de Derecho, aunque no le gustaba especialmente, razón por la que no la acabó. Tras la muerte de su padre va a Madrid. Allí empieza a frecuentar los cafés, participando de las tertulias que en ellos se celebraban.
Posteriormente se fue a México, donde trabajó como periodista durante un año y donde empezó a escribir sus primeras obras. Allí comenzó Femeninas (publicadas en 1895).
En 1893 regresa a Pontevedra y empieza a leer a autores europeos, recibiendo una fuerte influencia del italiano Gabriele D'Annunzio. En esta época es cuando comienza a mostrar su particular forma de vestir y su estética: capa (al principio poncho mexicano), bufanda, sombrero, polainas y sus largas barbas, como diría Rubén Darío en uno de sus sonetos, de "chivo": "Este gran don Ramón, de las barbas de chivo".
A su vuelta a Madrid en 1895 llevó una vida bohemia, es decir, apartada de las convenciones sociales. Allí participa activamente en las tertulias de los cafés, que ya había conocido años antes, en su estancia madrileña previa. Estos cafés jugaron un papel esencial en su vida ya que en ellos pudo conocer a muchos escritores relevantes del momento: Baroja, Azorín, Benavente, Villaespesa... En uno de ellos, el café de La montaña, mantuvo una discusión con el periodista Manuel Bueno y recibió un golpe de bastón en su brazo, con la mala suerte de que uno de los gemelos de la blusa se le hincara en la piel haciéndole una herida que se le infectó y provocó que tuvieran que amputárselo. Sus amigos organizaron una función en el Teatro Lara y, con los beneficios obtenidos, pudo comprarse un brazo ortopédico. Esta y otras muchas anécdotas le van confiriendo cierta fama.
A comienzos de 1900 empieza a escribir sus famosas Sonatas, publicándolas de forma consecutiva: Sonata de otoño (1902), Sonata de estío (1903), Sonata de primavera (1904) y Sonata de invierno (1905); en estas novelas, de temática propiamente modernista, nos presenta las aventuras del marqués de Bradomín, un donjuán, que le reporta cierta fama. En 1906 estrena una obra teatral basada en este personaje El marqués de Bradomín: coloquios románticos, en la que conoce a una actriz que, un año más tarde, se convertirá en su esposa: Josefina Blanco.
En 1909 vive una situación que influirá posteriormente en su obra: el escritor Alejandro Sawa, un bohemio madrileño, muy amigo suyo, muere, en pésimas condiciones y habiendo perdido la vista, en casa de Valle-Inclán. Este hecho será determinante en la creación del personaje de Max Estrella, de Luces de bohemia.
Después de una pequeña gira teatral con su esposa por Hispanoamérica, alterna estancias en su tierra gallega y en Madrid, donde acaba instalándose ocupando una cátedra de Estética en la Escuela de Bellas Artes en 1916, durante un periodo de dos años. En 1920 emplea por primera vez el término esperpento, que él mismo definía así: "Esta modalidad consiste en buscar el lado cómico en lo trágico de la vida". Se dedica plenamente a su labor literaria a pesar de no siempre cosechar éxito con sus obras, por las razones ya esgrimidas en lo referente al teatro renovador, lo cual no le permite sacar adelante a su familia con la dignidad requerida, y en 1933 se divorcia de Josefina. En ese mismo año es nombrado director de la Academia Española de Roma.
Dos años más tarde, en 1935, vuelve a Santiago de Compostela, donde morirá de cáncer, en 1936.
Valle-Inclán cuenta con una producción variada: novelas, cuentos, poemas..., y sobre todo teatro. Aunque nos centraremos en este último, recogeremos seguidamente algunas de sus obras más representativas en el plano narrativo y poético:
- Novelas: a las ya citadas anteriormente, Femeninas y las Sonatas, sumaremos Flor de santidad (1904), Relatos de la guerra carlista (1909) y la serie denominada El ruedo ibérico y Tirano Banderas (1926).
- Poesía: Aromas de leyenda (1907) y La pipa de Kif (1919).
- Teatro: es el género más representativo de Valle-Inclán, del que no solo participó como escritor, sino que intervino como actor, director, productor...
Su producción dramática se divide en varias etapas o ciclos:
- Ciclo modernista: obras llenas del simbolismo propio de este movimiento, como El marqués de Bradomín (1906), que presenta a un donjuán "feo, católico y sentimental", y El yermo de las almas (1908).
- Ciclo mítico: obras ambientadas en su Galicia natal, con una sociedad arcaica y temas como la lujuria o la violencia; entre ellas destaca la trilogía de las Comedias bárbaras, formada por Águila de blasón (1907), Romance de lobos (1908) y Cara de plata (1922), y Divinas palabras (1919).
- Ciclo de la farsa: en él, va dejando pinceladas del "esperpento" posterior. A este ciclo pertenece el volumen Tablado de marionetas para educación de príncipes (1926), que contiene: Farsa infantil de la cabeza del dragón (1909), Farsa italiana de la enamorada del rey (1920) y Farsa y licencia de la reina castiza (1920), y La marquesa Rosalinda (1912), de la que presentamos este texto:
Para espiar detrás del seto
la luna sus cuernos me brinda,
y he de contaros el secreto
de la Marquesa Rosalinda.
Cuando la tarde azul moría,
oí un suspiro en la glorieta,
dudé al oírlo, si sería
el madrigal de algún poeta. […]
Toda llorosa, blanca y bella,
pasó la Marquesa, soñaba,
y en su falda, como una estrella,
un gusano de luz temblaba. […]
Olor de rosa y de manzana
tendrán mis versos a la vez,
como una farsa cortesana
de Versalles o de Aranjuez. […]
Envuelta en el halo quimérico
que da la luna metafórica,
arrastra un prestigio esotérico
como una figura alegórica. […]
- Ciclo del esperpento: en este ciclo critica la sociedad, presentándola de manera caricaturesca, deformada. A este ciclo pertenece su obra maestra: Luces de bohemia (1920), que será estudiada en profundidad en el siguiente apartado; y la trilogía Martes de carnaval , compuesta por: Los cuernos de don Friolera (1921), Las galas del difunto (1926) y La hija del capitán (1927).
