El teatro durante el último cuarto del siglo XX
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A partir de 1975, con la transición y la llegada de la democracia, el mundo teatral se renueva, una vez liberado de la censura. Por un lado, se ponen en cartel obras de autores anteriormente cercenados o prohibidos por la censura, tanto españoles como europeos. Por otra, se renuevan o crean nuevas instituciones, como el Centro de Documentación Teatral y el Centro Dramático Nacional, que dan apoyo institucional e impulso económico a la puesta en escena de creaciones clásicas y contemporáneas.
Los autores ya consagrados, como Francisco Nieva o Buero Vallejo, siguen estrenando con éxito, y surgen también nuevos creadores de tendencia neorrealista. Son dramaturgos con amplia formación cultural que presentan un teatro accesible para el gran público, cercano al teatro realista y social anterior pero introduciendo novedades formales, con un lenguaje claro (incluso coloquial y de jerga) y uso del humor y la ironía, no exento de crítica social. Además de José Sanchís Sinisterra y Fermín Cabal, el mayor representante de esta tendencia es José Luis Alonso de Santos (1942), que se formó en el teatro independiente y en los años ochenta pasó a un estilo realista, basado en la crítica social a través del humor. Su comedia más conocida es Bajarse al moro, de 1985, donde recrea el Madrid más desarraigado del momento, con personajes fracasados pero entrañables, que hablan con la jerga juvenil de la época, y conflictos en torno a las drogas, las diferencias intergeneracionales y el sexo.
A finales de los años ochenta se suman a esta línea realista autores más jóvenes que proponen obras más efectistas y más enfocadas a la esfera privada, con personajes frágiles que buscan el sentido de su vida, como Ernesto Caballero (1958) o Paloma Pedrero (1957).
Por otro lado, en los años ochenta coge impulso un teatro comercial que se sirve de la farsa, el vodevil y los números musicales para atraer al público a obras entretenidas, sin un compromiso específico con la realidad. Destacan en este género Ana Diosdado (1938-2015), que triunfa con Los ochenta son nuestros (1988), y Antonio Gala (1930), que presenta dramas amorosos como Samarkanda (1985).
En la línea del teatro vanguardista, muchos de los grupos independientes creados en los sesenta y setenta desaparecen o se transforman, aunque algunos sobreviven al desgaste del experimentalismo y se asientan, como es el caso de Els Joglars (cuyo director fue encarcelado en plena transición a raíz de la obra La torna, una sátira política). Esta tendencia más experimentalista se renovará en estos años con nuevos grupos basados en la creación colectiva como Dagoll Dagom, creado en 1974 y especializado en comedia musical, o La cubana, que desde 1980 propone espectáculos humorísticos basados en la transgresión y la interpelación directa al público. El grupo más relevante en esta línea es La fura dels Baus, que inició su andadura en 1979 y alcanzaría grandes éxitos hasta bien entrado el siglo XXI: sus montajes son espectáculos performativos de teatro total, que rompen con la idea de escenario y aúnan instalaciones artísticas, música, performance, recursos digitales e interacción directa con el público; actualmente sus creaciones tienen cientos de miles de espectadores, y han ido evolucionando desde un espíritu transgresor a propuestas de mayor espectacularidad teatral, igualmente sorprendentes pero menos rupturistas.
En un ámbito mucho más modesto, el teatro experimental ha encontrado su sitio desde finales del siglo pasado en las salas alternativas de pequeño tamaño, especialmente en las grandes ciudades como Madrid o Barcelona, donde sobreviven mediante la propuesta de pequeñas producciones fuera de la lógica del teatro comercial, que complementan con proyectos de formación e investigación teatral. Entre ellas, en Barcelona destaca la Sala Beckett, creada en 1991, y en Madrid La cuarta pared (desde 1981) o la Sala Mirador (desde 1993).