Romance morisco, Lope de Vega
Mira, Zaide...
I
-Mira, Zaide, que te aviso
que no pases por mi calle
ni hables con mis mujeres,
ni con mis cautivos trates,
ni preguntes en qué entiendo
ni quién viene a visitarme,
qué fiestas me dan contento
o qué colores me aplacen;
basta que son por tu causa
las que en el rostro me salen,
corrida de haber mirado
moro que tan poco sabe.
Confieso que eres valiente,
que hiendes, rajas y partes
y que has muerto más cristianos
que tienes gotas de sangre;
que eres gallardo jinete,
que danzas, cantas y tañes,
gentil hombre, bien criado
cuanto puede imaginarse;
blanco, rubio por extremo,
señalado por linaje,
el gallo de las bravatas,
la nata de los donaires,
y pierdo mucho en perderte
y gano mucho en amarte,
y que si nacieras mudo
fuera posible adorarte;
y por este inconveniente
determino de dejarte,
que eres pródigo de lengua
y amargan tus libertades
y habrá menester ponerte
quien quisiere sustentarte
un alcázar en el pecho
y en los labios un alcaide. […]
Di, Zaida...
II
-Di, Zaida, ¿de qué me avisas?
¿Quieres que muera y me calle?
No te fíes de mujeres
fundadas en disbarates.
Y si pregunté en qué entiendes
y quién viene a visitarte,
son fiestas de mis tormentos
ver qué colores te aplacen.
Dices que son por mi causa
las que en el rostro te salen;
por la tuya, con mis ojos,
tengo regada la calle.
Dícesme que estás corrida
de [que] Zaide poco sabe;
no sé poco, pues que supe
conocerte y adorarte.
Confiesas que soy valiente,
que tengo otras muchas partes;
pocas tengo pues no puedo
de una mentira vengarme;
mas ha querido mi suerte
que ya en quererme te canses;
no busques inconvenientes,
si no que quieres dejarme.
No entendí que eras mujer
a quien mentiras le placen,
mas tales son mis desdichas
que en mí lo imposible hacen;
hanme puesto en tal extremo
que el bien tengo por ultraje:
lóasme para hacerme
la nata de los galanes;
yo soy quien pierdo en perderte
y yo quien gano en amarte
y aunque hables en mi ofensa
no dexaré de adorarte.
Dices que si fuera mudo
fuera posible adorarme;
si en tu daño no lo he sido,
enmudezca en disculparme.
Si te ha ofendido mi vida
y si gustas de matarme,
basta decir que hablo mucho
para que el pesar me acabe.
Es mi pecho un fuerte muro
de tormentos inmortales
y mis labios son silencio,
que no han menester alcaide.
El hacer plato o banquete
es de hombres principales,
mas darles de sus favores
sólo pertenece a infantes.
Zaida cruel, que dijiste
que no supe conservarte:
mejor te supe obligar
que tú supiste pagarme.
Mienten las moras y moros
y miente el traidor de Zarque
que si yo le amenazara
bastara para matarle.
A ese perro mal nacido
a quien [yo] mostré el turbante
no fié yo del secreto;
en pecho bajo no cabe.
Yo le quitaré la vida
y escribiré con su sangre
lo que tú, Zaida, replicas:
«Quien tal hace, que tal pague». […]