Definición
Desde el principio de los tiempos, desde las pinturas rupestres hasta el cómic, desde la literatura oral hasta el cine, la humanidad ha contado historias: sobre piedra primero, mediante la palabra hablada después, escritas en papel más adelante y a través de una pantalla o de un dispositivo móvil en los últimos tiempos. El ser humano parece tener la necesidad de inventar ficciones o recrear realidades y lo hace a través del género narrativo.
Lo primero que debemos tener en cuenta a la hora de abordar cualquier género literario o tipología textual es que la división de los diferentes géneros y subgéneros no es siempre sencilla. Esto sucede por dos motivos: en primer lugar, su definición ha cambiado incesantemente a lo largo de la historia de la literatura, desde las primeras divisiones hechas por Platón y Aristóteles hasta la actualidad; y en segundo lugar, porque en la mayoría de ocasiones los géneros se entremezclan, las barreras entre los unos y los otros se difuminan y es común encontrarnos ante textos que contienen características pertenecientes a diferentes tipologías. A pesar de ello, nuestra necesidad de etiquetar aquello que nos rodea hace que generalmente, dividamos los textos literarios en tres géneros:
- La lírica,
- el drama,
- y la narración.
En lo que respecta a la narración, veremos que son muchos los subgéneros que se ciñen a sus características y que estas pueden ser tanto escritas, como orales o audiovisuales y, además, deberemos diferenciar entre los textos narrativos literarios, los que ahora nos ocupan, y los textos narrativos no literarios. Entre los primeros encontraremos, por ejemplo, la novela, el cuento o el microrrelato; entre los segundos, los textos periodísticos o crónicas, entre otros.
La narración se distingue de los demás géneros porque nos permite relatar hechos reales o ficticios que suceden en un tiempo concreto y en un lugar, más o menos determinados. Estos hechos, además, están protagonizados por unos personajes y explicados a través de un narrador o narradora.

Mecanismos lingüísticos
Un pintor utiliza como herramientas de trabajo el pincel, la pintura y el lienzo; una médico, el bisturí o el fonendoscopio; y la de quien quiere crear textos no es otra que el lenguaje mismo. Como sucede con los diferentes géneros y tipologías, la narración tiene a su alcance mecanismos lingüísticos que le son propios y que ayudan al escritor o escritora a organizar la historia, sorprender e incluso crear suspense y emoción.
Los recursos lingüísticos que están a nuestro alcance son:
Marcadores textuales que organizan las acciones en el tiempo y en el espacio
- Organizadores del tiempo:
"No recuerda que, cuando ella era niña y Santo Domingo se llamaba Ciudad Trujillo, hubiera un bullicio semejante en la calle. Tal vez no lo había; tal vez, treinta y cinco años atrás, cuando la ciudad era tres o cuatro veces más pequeña, provinciana, aislada y aletargada por el miedo y el servilismo, y tenía el alma encogida de de reverencia y pánico al Jefe (...) , era más callada, menos frenética. Hoy, todos los sonidos de la vida (...) parecen a todo volumen (...)".
Mario Vargas Llosa. La fiesta del Chivo. Debolsillo.
- Organizadores del espacio:
"Dobla a la izquierda en Cervantes, y avanza hacia la Bolívar, reconociendo como en sueños los chalets de uno o dos pisos, con cercos y jardines, terrazas descubiertas y garajes, que le despiertan un sentimiento familiar (...). A la altura de Rosa Duarte, tuerce a la izquierda y corre. Pero, el esfuerzo le resulta excesivo y vuelve a andar, ahora más despacio, muy cerca del muro blancuzo de una casa (...)".
Mario Vargas Llosa. La fiesta del Chivo. Debolsillo.
Recursos literarios
Estos embellecen y crean sorpresa, lo que, en definitiva, convierte a un texto en literario porque ayuda al emisor a desviarse del lenguaje cotidiano:
- Anáforas y paralelismos:
"-A mí no me extraña. Es que todo es muy raro, en cuanto te fijas un poco. Lo raro es vivir. Que estemos aquí sentados, que hablemos y se nos oiga, poner una frase detrás de otra sin mirar ningún libro, que no nos duela nada, que lo que bebemos entre por el camino que es y sepa cuándo tiene que torcer, que nos alimente el aire y a otros ya no, que según el antojo de las vísceras nos den ganas de hacer una cosa o la contraria y que de esas ganas dependa a lo mejor el destino, es mucho a la vez, tú, no se abarca, y lo más raro es que lo encontramos normal".
Carmen Martín Gaite. Lo raro es vivir. Anagrama.
- Preguntas y exclamaciones retóricas, personificaciones y sinestesias.
"¡Largo, basta de encerrona! La calle abre otra perspectiva, ¿no lo sabes ya?, da pie para bajar a bosques inexplorados, es calle, pasa gente que también va perdida en su propia espesura, y sobre todo en la nevera no hay ni lampo y tú tienes hambre, ¿no?, pues date prisa antes de que cierren el Residuo, no te enredes más en círculos viciosos de interior."
Carmen Martín Gaite. Lo raro es vivir. Anagrama.
Los tiempo verbales que expresan tiempo pasado
- Pretérito perfecto simple:
"Nunca sentí tanta ternura por Lagrimón, como al verlo entrar al departamento de Carlos Salaverry. No sé, pero lo cierto es que de golpe sentí incluso aquel atroz remordimiento que lo agarra a uno a veces al darse cuenta de que una broma ha ido demasiado lejos, que la hemos convertido en burla, en escarnio"”.
Alfredo Bryce Echenique. La vida exagerada de Martín Romaña. Anagrama.
- Pretérito imperfecto:
"Me despertaba a cada rato en el camino a Laguardia, y era muy extraña la sensación aquella de escucharlos hablar de mí como si no estuviera en el auto, la mala suerte que tenía qué me habían hecho esta vez, me pasaba cada cosa..."
Alfredo Bryce Echenique. La vida exagerada de Martín Romaña. Anagrama.
- Pretérito pluscuamperfecto:
"Yo había envidiado a aquellos muchachos. Los había envidiado con cariño, con interés y de una manera muy sana. Entre ellos nunca necesité perder edad y estatura, aunque a veces, tal vez por costumbre me haya ocurrido. Había querido aprender de ellos el secreto de su desenvoltura inicial (...).
Alfredo Bryce Echenique. La vida exagerada de Martín Romaña. Anagrama.
- Presente histórico o narrativo:
"Dichas ya estas palabras, la tienda fue recogida. Nuestro Cid y sus compañas cabalgan a toda prisa. Vuélvese el Cid, a caballo, mirando a Santa María; alzó su mano derecha, y la cara se santigua…".
Anónimo. Poema de Mio Cid, cantar I. Cátedra.

Descripción
Cuando leemos o escuchamos una historia, en nuestra mente se dibujan los espacios, los paisajes y los objetos, se perfilan los rostros, los cuerpos y los caracteres de sus protagonistas. El autor o la autora consigue esto gracias al uso de las descripciones.
Como sabemos, los textos no suelen ser puros, es decir, las tipologías se necesitan, en muchas ocasiones, las unas a las otras y es por ese motivo que dentro de los textos narrativos, literarios o no, nos tropezamos siempre con descripciones que nos ayudan en la tarea de imaginar la trama o lo que la rodea. Describir, pues, consiste en mostrar las características de los objetos, personajes, paisajes, sentimientos e incluso acciones que intervienen en el relato de los hechos.
Trucos para describir
La tarea de describir consta de algunos pasos básicos:
- La observación de lo que nos rodea: tomamos nota de los detalles que construirán ese paisaje o a ese personaje.
- La selección de la información que queremos transmitir: quizá no nos interesa decir lo bueno o apacible de un paisaje, sino hablar de su lado tenebroso e inquietante.
- La organización de esa información: dispondremos dentro del relato todos los elementos recopilados, de izquierda a derecha, de arriba a abajo; de lo más general a lo más particular, o al revés.
Además, hay muchos mecanismos lingüísticos que ayudan al escritor o escritora a crear esa imagen precisa en la mente de quien lee. Entre ellos, podemos encontrar:
- El uso de adjetivos.
- Los recursos literarios como la metáfora o la comparación.
- Elementos lingüísticos que indiquen tanto espacio como tiempo.

Diálogo
Aunque en una narración el peso de la historia lo suele llevar el narrador, en muchas ocasiones son los mismos personajes los que toman la palabra, ya sea de manera directa o indirecta. De este modo, además de la descripción, en un texto narrativo podemos encontrarnos con diálogos, a través de los cuales los participantes en la trama expresan sus sentimientos, cuentan sus historias o hablan de otros personajes.
El diálogo propiamente dicho solo tiene lugar en el estilo directo, pero la voz de los personajes puede aparecer de otras maneras:
Estilo directo
Se reproducen directamente y de forma textual las palabras de los personajes.
El niño dijo: "Esa bicicleta está rota".
-Esa bicicleta está rota –dijo el niño
-Esa bicicleta –dijo el niño- está rota.
Estilo indirecto
El narrador reproduce con sus propias palabras aquello que dijeron los personajes. Aparecen en este mecanismo verbos introductorios como "dijo que", "comentó que", "habló de"...
“El vagabundo –narizotas, alcohólico y trascendente– contó que se dirigía a la recogida de aceitunas, para luego seguir hacia levante, donde pensaba hacerse barquero de agua dulce. Y explicó que su idea era instalarse en la orilla de un río caudaloso y recoger todo cuanto arrastrasen las aguas, que en épocas de crecidas era mucho y de mucho valor: muebles, ropa, objetos artísticos, animales recién ahogados, electrodomésticos, relojes de pared y todo tipo de pertenencias privadas y públicas”.
Luis Landero. Juegos de la edad tardía. Tusquets.
Estilo indirecto libre
El narrador reproduce las palabras de un personaje introduciéndolas en su propio discurso y eliminando los verbos de habla, de tal modo que parece que sea el mismo personaje el que está hablando.
“Detrás de la celosía se le figuró ver un manto negro y dos chispas detrás del manto, dos ojos que brillaban en la oscuridad. ¡Y si no hubiese más que los ojos! ¡Pero aquella voz! ¡Aquella voz transformada por la emoción religiosa, por el pudor de la castidad que se desnuda sin remordimiento, pero no sin vergüenza ante un confesionario…!
¿Qué mujer era aquella? ¿Había en Vetusta aquel tesoro de gracias espirituales, aquella conquista reservada para la Iglesia, y él, el amo espiritual de la provincia, no lo había sabido antes?”
Leopoldo Alas (Clarín). La Regenta. Alianza Editorial.

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