Imagínate la siguiente situación: mi amiga Rosa, para su nueva tienda de ropa, quiere contratar a un nuevo empleado; pero para asegurarse de que contrata al mejor, a cada uno de los que acude a la entrevista les hace pasar una pequeña prueba, tipo test, que consta de 40 preguntas relacionadas con las actividades cotidianas de una tienda de ropa. Para que los interesados no respondan al azar, decide otorgar un punto a la respuesta correcta y penalizar con 0,4 cada respuesta incorrecta. El criterio que se marca Rosa para pasar la prueba es que por lo menos se obtengan 24 puntos.
A los aspirantes sólo se les informa de que tienen que tener al menos 24 puntos para pasar. Pedro fue uno de ellos, pero se llevó una gran sorpresa al verse fuera del proceso de selección. Acudió a preguntar y Rosa se limitó a contestarle que tenía sólo 21,8 puntos, por lo que quedaba descartado.
Pedro, seguro de sus respuestas, no estaba de acuerdo con esa puntuación, pues sabía que había contestado por lo menos 24 preguntas bien. Pero no contaba con que las respuestas erróneas descontaban. ¿Tendría razón Pedro y habría aprobado?
Informado ya de que cada respuesta errónea descontaba 0,4 puntos, se preguntó entonces Pedro: ¿cuántas habré contestado bien?