Parece fácil, pero hay que encontrar el momento y las palabras.
La transmisión de la experiencia no sucede de forma natural, como resultado del simple contacto entre las generaciones. Si no hubiéramos inventado medios de transmisión, no existiría la cultura. Si no hubiéramos creado la escritura, la transmisión habría sido solamente oral, como lo fue durante muchos milenios.
Todo eso está muy bien, ¿no? Los seres humanos han creado civilizaciones a lo largo y ancho del planeta, que nos han legado huellas, símbolos, palabras, memoria.
Sin embargo, puede ser que la producción de medios tan sofisticados para construir culturas tan complejas como las contemporáneas haya provocado una gran paradoja: los medios sustituyen a las personas e incluso dificultan o ponen trabas a la relación personal entre distintas generaciones: madres y padres con sus hijas e hijos, abuelas y abuelos con sus nietos, sabios y sabias, cargados de experiencia, con la gente joven. Podríamos poner muchos ejemplos: los móviles, los videojuegos, incluso los libros, pueden provocar aislamiento en vez de relación.
¿Tenemos tiempo y ocasiones para transmitir nuestra propia experiencia, dentro de la familia o de la escuela? ¿Hablamos de lo que importa?